Muerte indigna

La idea básica de la futura ley es regular los derechos de los enfermos terminales. A mí, como a Berlanga, que me dejen vivir, y morir, a ser posible, rodeado de gente que quiero. Y como afirma el doctor más famoso de la televisión, House, la muerte nunca es digna, solo es digna la vida. El Ejecutivo quiere abordar ahora reformas legislativas en relación con las personas que quieren morir, muchas de ellas terminales. Con una gran ligereza el portavoz del Gobierno ha afirmado que se trata de «una normativa para personas desahuciadas legalmente. Para aquellos a los que sólo les queda un calvario antes de morir. El objetivo es garantizar los derechos de los pacientes, sus familiares y médicos, y el derecho ‘a morir dignamente’, que es lo mismo que decir ‘morir sin dolor».

Pareciera la muerte la única salida a la vida. No extrañan entonces las palabras del presidente de Derecho a Morir Dignamente, la asociación que más ha trabajado en España por la legalización de la eutanasia, que ha asegurado que «el primer Plan Nacional de Cuidados Paliativos en España ha sido un fracaso, ya que en diez años sólo han pasado de cubrir al 15 o el 20% de la población al 35%». «¿Cuántos años más necesitamos para cubrir al cien por cien?, ¿40 años más?, no sólo es cuestión de leyes, también es de presupuestos». Nunca hubiera pensado que si lo que este señor dice es cierto estamos cometiendo un gravísimo error y dando un paso que nos condena a una cultura de muerte.

Cuando no hay soluciones, la muerte es para algunos el amparo a su ineptitud. Dejarlos morir a aquellos que sufren porque no se ha llegado con los cuidados paliativos y con la atención médica a eliminar el dolor y a acompañar sobre todo a aquellos ancianos solos que no tienen a nadie con quien compartir su sufrimiento. No hace mucho tiempo hablaba con un amigo en Burgos en que nos teníamos que empeñar a que no hubiera ni un anciano solo, que no se apoderara de él la soledad, porque luego llegaría la desesperanza y la muerte, y crear una ONG que pusiera en ese su único fin. Porque sino finalmente moriría de forma indigna, pero no él, sino indignante para toda la sociedad que supuestamente le ha acompañado a lo largo de su paso por este mundo, y no me gustaría formar parte de esa vecindad.

El concepto de «muerte digna» está ya tan manido que no dice casi nada. En cualquier caso, para la mayoría de las personas seguramente incluye las siguientes condiciones: morir sin dolor u otros síntomas mal controlados, morir a su tiempo natural sin que se acorte ni se prolongue de forma artificial el proceso de la muerte, morir rodeado del cariño de la familia y los amigos, morir con la posibilidad de haber sido informado adecuadamente, eligiendo -si se puede- el lugar (domicilio u hospital) y participando en todas las decisiones importantes que le afecten.

Hemos llegado a crear una sociedad que no sabe cómo cuidar a sus ancianos o a sus enfermos, porque son más longevos, porque estamos más desprendidos de ellos, porque les apartamos de nuestras decisiones, y solo al final lloramos en silencio por lo que no hicimos y pudimos llegar a hacer. Si esta sociedad arrastra ahora hacia la muerte a aquellos que el propio Gobierno desahucia -dónde estará el límite- sin poner apenas soluciones, esta sociedad, como la muerte, es indigna.

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