Más de cien mentiras

Unos cuantos lectores de esta Página Par me han preguntado quién era Nina Simone, otros ya habían calculado la edad del columnista basándose en sus gustos musicales, ciertamente son los de toda una generación. Como algunos de los políticos que dirigen nuestras vidas uno es bastante previsible, aunque también es cierto que eso no es incompatible con intentar ser un forofo de la innovación y las buenas ideas, que son las necesarias en los momentos de penuria económica para salir adelante.
Genios parece evidente que no hay muchos para admirar, aunque si volvemos a la música, también soy un enamorado de la mayoría de las letras de Joaquín Sabina, porque también dan razones para seguir viviendo, y no desde luego superficiales y nimias. “Más de cien palabras, más de cien motivos  para no cortarse de un tajo las venas,  más de cien pupilas donde vernos vivos,  más de cien mentiras que valen la pena”.
A buen seguro que la mayoría de ustedes coinciden con ello, con que: “Tenemos memoria, tenemos amigos, tenemos los trenes, la risa, los bares,  tenemos la duda, y la fe, sumo y sigo,  
tenemos moteles, garitos, altares.  Tenemos urgencias, amores que matan,  tenemos silencio, tabaco, razones;  tenemos Venecia, tenemos Manhattan,  tenemos cenizas de revoluciones”.  
 
A pesar de eso, de las cien mentiras de Sabina, todavía nos deben faltar aún más razones, porque parece que gran parte de la sociedad se ha anestesiado o adormecido y del 15 M, por señalar un ejemplo, o los diferentes movimientos sociales que emergieron por el planeta, no parece haber quedado nada, salvo algunos soñadores o determinados grupos en las redes sociales que todavía se mantienen vivos merced a la ilusión de unos cuantos.
La economía ha golpeado y duro. Nos hemos vuelto más individualistas, aunque paradójicamente la generosidad con algunas ONG también se ha multiplicado. Sin embargo, hay también aspectos positivos que nos ha traído la crisis y es que parece que va a acabar con la cultura del derroche en las personas y en las instituciones y quizá ponga más la imaginación a trabajar, y por fin esos jóvenes sobradamente preparados puede que si se arriesgan tengan posibilidades para crecer. No deberíamos mirar tanto a los políticos sino ponernos en marcha una sociedad civil que supera con creces la capacidad de muchos de nuestros gobernantes (hay otros que merecen la pena pero a veces sus propuestas son aplazadas).
Pero en todo este enjambre también surgen optimistas por convicción que buscan todos los días motivos para celebrar, o personas encantadasp por su profesión (en el Museo de la Evolución estoy rodeado de ellas, desde los monitores del propio centro a los guías de Atapuerca) que pese a la precariedad de muchos de sus trabajos, cada día se presentan como si comenzaran de nuevo, o padres de familia que intentan como pueden que sus hijos no crezcan con las mismas dificultades que ellos tuvieron.

Y como dice Sabina: “Tenemos proyectos que se marchitaron, crímenes perfectos que no cometimos, retratos de novias que nos olvidaron y un alma en oferta que nunca vendimos”.  Todavía hay tiempo para la esperanza.
 


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