No somos como ellos

Saben,  me revienta que Uribechevarría Bolinaga no cumpla la totalidad de la condena por beneficios que ofrece la ley para los enfermos graves. Es cuando me planteo si la ley debe ser igual para todos. Me revienta que el tipo que mantuvo a Ortega Lara 532 días en un zulo bajo tierra, sin apenas comer y sin ver la luz del sol, y dejándole morir de inanición esté ahora libre en una habitación de hospital en San Sebastián, a escasos metros de donde falleció de un tiro en la nuca Miguel Ángel Blanco.  Ese mismo tipo que llegando con Garzón al garaje donde estaba secuestrado el funcionario burgalés en Mondragón dijo que allí no había nadie, hasta que varios guardias civiles corrieron un torno y el etarra se vino abajo por unos momentos.

Pero me gusta saber que no somos con ellos, y que tenemos la capacidad de perdonar, por más que a veces nos duela, aunque entiendo a todos aquellos que defienden que Bolinaga se quede en la cárcel hasta sus últimos días y que se pudra en ell. Sus asesinatos y sus secuestros deben ser pagados sin duda. Pero también comprendo a los que han puesto los resquicios de la ley por encima de sus sentimientos, sabiendo además que estamos en un momento donde parece haber finalizado la violencia terrorista y que algunos gestos para muchos dolorosos harán que las víctimas tengan que tragar  desgraciadamente su enojo, quizá sin toda la justicia y el resarcimiento moral que merecieran.

Todavía recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido, aquellos quince minutos que cada miércoles en silencio se pedía la libertad de José Antonio. Todavía se engallece la piel con cada aplauso al final de las convocatorias. Y aquel primero de julio de la liberación, y el recibimiento en la calle Eladio Perlado de Gamonal y cuando a los pocos días nos recibió en su casa a Alberto Rodrigo y a mi con un álbum de fotos de lo que había ocurrido en Burgos durante los 17 meses que él estuvo enterrado en una corriente general gritando libertad. Y el año que pasamos Belén y yo escribiendo el libro de su secuestro, y el respeto y  a veces miedo en ahondar en el mundo de ETA, y cuando nos contaron que BOL era Bolinaga, y nos lo creímos, aunque al final pensamos que esa no era la versión cierta y encontramos otra explicación más compleja para iniciar los pasos para su liberación. Y ver el zulo. Y hundirte.

Pero no somos como ellos. Tenemos dignidad, y esa es la que me permite pensar que un tipo, el de la peor calaña, tiene derecho a pasar los últimos días de su vida, de su maldita vida, al lado de los suyos, y creer que en el último momento se arrepentirá de todo el mal que hecho, y aunque sea susurrando pida perdón por todos sus desmanes.

Publicado en DB el 17 de setiembre de 2012

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