Imberbes matones

Tengo una amiga que tiene una hija de 13 años lista, inteligente, trabajadora, deportista y negra. Quizá por todo ello o solo por lo último, o por ser negra y además les da mil vueltas, una decena de chavales del Instituto donde estudia, en una urbanización bien de Madrid, han decidido acosarla e insultarla y se han atrevido a quemar la alfombrilla de su casa, a hacer pintadas en su garaje y en los aledaños, y a pegar unos cuantos gritos por la barriada. Quizá porque su madre no es tan cafre como algunos de los padres de estos enanos energúmenos -tienen entre 13 y 15 años- pese a unir la ira, la impotencia y la rabia en el mismo instante que vio las pintadas, ha decidido ir paso a paso denunciando el hecho a la Guardia Civil -son menores y aquí decidirá la Fiscalía- y a la dirección del propio Instituto, que desconozco qué medidas puede tomar en práctica. Es pesimista. Tiene escasa confianza en que el problema se solucione y cree que tendrá que sacar a sus tres hijos del centro educativo, donde hasta ahora ella estaba contenta. Ella les ha dicho que no quiere ver las imágenes de una paliza a su hija grabadas en el móvil y publicadas en «Youtube». Cuando me lo contó lo primero que pensé es que su marido militar -joven y buena planta- podría ir con cuatro amigos a la salida del Instituto a recoger a la pequeña y que los brutos de sus compañeros vieran con quien se la podían gastar. Intimidación en pura regla. Creía que sencillamente con ese movimiento los pazguatos callarían para siempre. Mi amiga, que es una persona de orden, y de izquierdas, ni siquiera había pensado en ello, y su marido, también de orden y de izquierdas, tampoco. Me quitaron la idea sobre la marcha. ¿Qué está ocurriendo cuando escenas como esta se suceden en urbanizaciones madrileñas o lo mismo da en barrios de trabajadores, cuando los autores de tales atropellos son niños pijos o quizá de cualquier banda urbana, cuando nos hemos acostumbrado ya la sociedad al botellón de chicos y chicas que apenas superan los 13 o los 14 años, y cuando leemos lo que son capaces de hacer a un mendigo a una niña indefensa? Y esto ocurre en Madrid y en Burgos. Recuerdo mis años de colegio, viene a la memoria «pucheritos», un compañero que tenía 13 años como nosotros y al que teníamos maltratado. Le cogíamos de los carrillos y comenzaba a llorar. Era toda la clase frente a él. Hasta que se enteraron nuestros padres de nuestras «hazañas». Se acabó cualquier broma. En el colegio también. Un buen castigo al que no rechistamos. ¿Se imaginan ahora? Los padres dan siempre la razón a sus hijos, aunque objetivamente no la tengan. Los colegios no se atreven a la más mínima amenaza. Tenía un profesor que decía que «el que copia o se sospecha que copia será el reino de los ceros». Ahora ni ceros, ni copias. Pasas igual de curso. La educación que estamos dando, o la que nos dejan dar, la que contemplamos en nuestro entorno, invita a la reflexión, a una duda razonable, a un trabajo más allá que el quehacer diario. Eso sí que es Educar para la Ciudadanía.

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