Despoblación

Cuando Servio Sulpicio Galba fue nombrado emperador y fijó en Clunia la capital del Imperio, no pensaba que iba a ser asesinado apenas unos meses después (el año 69 d.C. fue el denominado ‘año de los cuatro emperadores’) y mucho menos que la ciudad donde fue proclamado con el mayor título entonces de la Humanidad, y que contaba con 30.000 habitantes, se convertiría en polvo veinte siglos después, a pesar del empeño de la Diputación burgalesa en su restauración.

Galba  estuvo en ese poco tiempo muy cercano a Clunia, una ciudad atravesada por una calzada romana que conectaba las principales localidades de esta parte del Imperio Romano. Las comunicaciones entonces delimitaban en lugar de residencia de la mayoría de los ciudadanos de aquella época, pues era muy difícil sobrevivir lejos de estos puntos, no solo por el aislamiento sino por la ausencia de algo tan necesario como el agua potable o la alimentación. En esos lugares más habitados era donde convivían el comercio, el Gobierno, y el Ejército. Fuera de ellas, la soledad y el abandono. Pero muchas de aquellas metrópolis han sufrido también la evolución del tiempo y de algunas de ellas apenas se conservan, restauradas, las bases de algunos edificios o como mucho sus anfiteatros.

Han pasado los siglos, y los mares de Castilla siguen siendo los mismos, y el paisaje que contemplaba Galba sobre su caballo apenas ha cambiado, y los problemas tampoco. Pero los políticos de uno y otro signo –y alabo el empeño del PP y el PSOE, pero no el tiempo perdido- se han empecinado en que una de las mayores contrariedades de este territorio es la despoblación. Cuando la principal incertidumbre ahora, y se podría decir que casi siempre, sigue siendo el empleo. Pero el lamento no es solo extensible a la vieja Castilla; también en Asturias –desde donde escribo este artículo-  o en Galicia sus presidentes se quejan de la emigración hacia Madrid o Levante, lugares donde parece existir un mayor número de emprendedores (aunque solo sea en proporción por el número de habitantes) y hacia otros puntos de Europa de jóvenes aparentemente mejor preparados que como lo hicieron nuestros mayores en los años sesenta del pasado siglo.

La despoblación pareciera que  es una batalla perdida, y en parte debemos asumirla. Aunque esto no implique que nuestros principales talentos también deban perderse, el I+d+i de algunas empresas ubicadas en Burgos así lo demuestra, y en ese aspecto también deberíamos avanzar.

Castilla ha tenido siempre en el Norte vasco o el Sur madrileño dos singulares focos de atracción. En el primero cuarenta mil almas burgalesas están allí afincadas, en el segundo se sigue absorbiendo a miles de personas. Europa puede convertirse en ese tercer lugar de destino.

Aún así, lo que sí parece difícil, por muchas leyes de ordenación local que se publiquen, es mantener la población en los núcleos rurales castellanos, es negar la evidencia y multiplicar el gasto. Hace unos días, viniendo desde Burgos hacia Asturias para estas vacaciones anuales –el verano fue muy complejo- di cierta vuelta y me encontré con una carretera que señalaba a Baquerín, un pueblo de Palencia que fue el primer destino de mi madre como maestra, todavía soltera. Se echaba la noche, y al final no me acerqué y seguí camino, pero seguro que de aquel colegio no quedan restos y pocos serán los niños que corran por sus calles de las 39 personas actualmente censadas en el pueblo. Ese es el destino por mucho que se empeñen PP y PSOE en batallas banales. Como la de mantener cuatro aeropuertos en Castilla y León o cuatro universidades públicas.

Entiendo a los alcaldes de decenas de localidades de Burgos que sufren cada habitante que pierden –sobre todo porque se reducen así también sus subvenciones-, pero no nos empeñemos en negar lo evidente. Clunia fue la capital del Imperio. Ahora es leyenda.

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