Archivo por meses: febrero 2014

Vuelos burgaleses

Se fue Good fly. Ha llegado Burgos Travel. Y Aeronova, y 10.000 personas que podrán viajar a las Islas Baleares, al Mediterráneo y a Eurodisney desde nuestro flamante aeropuerto. Con precios competitivos y subvencionados por el Ayuntamiento de Burgos. Si sumas y divides, la ayuda municipal se puede limitar a 15 euros por plaza. ¿Mucho o poco? Pues depende del color con que se mire. ¿Por qué ayudar a estas agencias de viajes y no a otros negocios? Eso se podían preguntar algunos, y el que suscribe.

Desde que el aeródromo de Villafría se abrió a los vuelos comerciales muchas han sido las preguntas sobre su utilización, y si podía corresponder la misma al gasto de mantenimiento. Me parecería provechoso si sus vuelos generaran un intercambio comercial, si ello facilitara que las multinacionales ubicadas en Burgos y su provincia tuvieran una mejor comunicación directa o con transbordos rápidos en los países de origen de sus empresas; si facilitara aterrizar aviones con fines sanitarios; si generara vuelos chárter con procedencia de otros países o de turistas españoles de otros lugares. No sé si esto se ha intentado, o a pesar del propósito no se ha logrado, más no creo conveniente ni necesario que esos 150.000 euros de las arcas municipales, no precisamente boyantes, que son de todos vayan destinados a unos viajes vacacionales. Es un negocio privado, que debe buscar rentabilidad propia, salvo que se considere un servicio público. Algo parece que ajeno a la realidad actual, salvo que los médicos de atención primaria comiencen a recetar un buen descanso junto a playas sin oleaje.

El debate de los aeropuertos, de su utilidad, o más bien de su necesidad, ha estado cada vez más presente en la España actual, sobre todo por la mala imagen creada por la gestión de algunos de ellos para la gloria de unos pocos como son los casos de Ciudad Real o Alicante. También aeropuertos más pequeños con escaso uso, y no precisamente el de Burgos, conllevan una crítica inmediata. En Castilla y León el debate es permanente sobre si son muchos o pocos los cuatro existentes. Pues depende, que diría un gallego, si con el de Burgos ampliado al reconocimiento internacional dentro de unos meses, se consigue con una buena campaña de promoción que igual que se van 10.000 vecinos de este territorio al sol y la playa, se alcanzan otros 10.000 turistas de retorno a pasar también varias jornadas en busca de la gastronomía, el patrimonio o la historia, de la que tanto nos sentimos orgullosos. Viajes de ida y de vuelta, y a estos si son de gentes de otros lugares, sí que no me importaría que les dedicaran esa subvención, al fin y al cabo serán personas que dejarán sus euros en Burgos y su provincia.

¿Cuánto cuesta una vida?

 

Cuánto vale la vida de un subsahariano en Occidente. Cuánto la de un inmigrante en Suiza. Y cuánto la de un niño enfermo en Bélgica. Y cuánto actualmente en España si se le detecta en su fase embrionaria síndrome de Down. No es este un mundo para niños, ni para inmigrantes, y menos procedentes de África. ¿Es esta la sociedad que estamos creando la que queremos?

Lo de Bélgica de autorizar la eutanasia a menores por mucho que se ejecute para supuestos muy concretos no deja de ser un paso más en los Países Bajos a esta cultura de muerte que parece imperar en un territorio donde los casos de pedofilia no dejan de sorprendernos. Similar a la atención que hemos dejado de prestar a los inmigrantes que proceden del África subsahariana, a los que recibimos con pelotas de goma en vez de compasión y ayudas, y donde sobre todos parece que se tratan de negar unos hechos con numerosos testigos. Suiza, que no ha conocido las guerras mundiales porque siempre ha mirado al otro lado, levanta ahora también su propio muro, estableciendo la cuota para extranjeros, nada menos que de los países de la Unión Europea, del propio Occidente. El país al que tenemos que agradecer la gran acogida que realizó de españoles, sobre todo de castellanos a los años sesenta, que se establecieron allí con familia y trabajo, ahora aprueba la insolidaridad. Pero no debemos rasgarnos las vestiduras. Por mucho que se multipliquen las ONG, los maratones de televisión o los kilos donados a los Bancos de Alimentos, somos muchas veces ajenos a los más débiles.

Es probable que no nos movamos en las mismas coordenadas al señalar los africanos que se mueren de hambre en la búsqueda de futuro fuera de sus fronteras, los inmigrantes europeos a los que les gustaría trabajar en el país helvético, los niños eutanasiados con enfermedades incurables -como los centenares que cada Navidad reciben en los hospitales españoles en la planta de cáncer infantil la visita de sus ídolos futbolísticos como regalo de Reyes-, ni los pequeñajos con Down en el vientre de sus madres, cuando una vez nacidos, tras pasar la fase de sorpresa y quizá resignación de sus familiares más cercanos conocemos por experiencia que son los hijos más queridos, y quizá los que más alegrías dan. Pero cada uno de ellos es una vida truncada por una sociedad que huye del dolor, que se sumerge en el individualismo y que padece de la enfermedad del desamor. Y todo ello en medio de una crisis económica en España que sume a más de un millón de familias con todos sus miembros en paro en el pozo de la desgracia. He oído tanto hablar de lo que diferencia a nuestra especie del resto, de su capacidad de sorprenderse, de soñar, de compartir, de creer, que aún duele más que la estemos echando a perder.

Por dónde empezamos … o acabamos

Entiendo que la obra pública es necesaria. Crea empleo, aporta mejoras a la ciudad, la hace competitiva con otras del entorno a la hora de atraer visitantes, y sobre todo genera expectativas. Con la paralización de lo que iba a ser el aparcamiento de la calle Vitoria y el cuestionamiento del futuro pabellón Arena como espacio multiusos, dos de las obras más emblemáticas del final de legislatura del Partido Popular, parece que al menos estas dos hasta las próximas elecciones van a desaparecer de los papeles. Evidentemente, hay temas básicos que la sociedad demanda, como son la educación y la sanidad pública sobre la que se basa el estado de bienestar pero en este campo poco se puede aportar desde los municipios.

¿Se han quedado obsoletos los programas electorales o cabe repescar algunas de sus propuestas? En el socialista quedaba clara la construcción de ese pabellón polivalente multiusos, le dedicaban su espacio. Aparecen también puentes sobre el río Arlanzón en diversos lugares de la capital lejanos del centro como es el caso de la Milanera. O ¿qué hacemos con el antiguo Hospital General Yagüe? Nos gastamos -los contribuyentes lo pagamos- unos cuantos millones de euros en una dotación sociocultural como también proponía el PSOE o la crisis ha puesto un tope en el capítulo de inversión presupuestaria.

¿Y las áreas de rehabilitación integral tan solicitadas por los vecinos? Menos mal que los de San Cristóbal de momento siguen adelante pese a la lentitud administrativa. Regreso a la idea de la pasada semana, si el concejal de este barrio hubiera sido elegido por los vecinos y no en una lista cerrada probablemente ya estaría arreglado. Por otra parte, ¿compramos autobuses o los seguimos utilizando el renting?

Y cuántos aparcamientos deberían hacerse en los barrios. Menos mal que a algunos ex alcaldes les entró esta fiebre, sino no tendríamos el de la Plaza Mayor -¿se hubiera hecho ahora? – o el de la Plaza de Vega, o el de Virgen del Manzano, que también contó con oposición vecinal. Pero era un hecho que beneficiaba a la ciudad. Los programas de todos los partidos están llenos de lugares donde serían necesarios, y quién le pone el cascabel al gato.

¿Completamos ya el carril bici y cerramos definitivamente el cinturón verde? Como en la estación la aportación es europea, más eficacia para nuestros ediles y empezarla ya. ¿Y el Monasterio de San Juan? ¿qué opina la oposición? ¿Y con los mercados que con la nueva ley ya dejan de ser competencia municipal? Cumplimos la norma y los abandonamos, o potenciamos el de la Plaza de España para mantener puestos de trabajo y generar negocio.

Saben, acabo de tirar los programas electorales que conservaba a la basura, todavía están en internet por si algún día me viene la tentación de comprobar la incongruencia y la incompetencia. Parece que toca ser más posibilista que pragmático, pero ello no implica una ciudad paralizada ni tampoco dejar de gobernar, con mano izquierda, pero con el poder que te legitiman las urnas en un estado democrático. Ni somos un estado asambleario -al menos de momento no lo hemos elegido- ni dictatorial.

Un nuevo modo de hacer política

En estos últimos años muchas cosas han cambiado en la sociedad española. Algunas van evolucionando de forma significativa, como el hecho de que los ciudadanos, cada vez más, nos consideramos con derecho a controlar la gestión del dinero público, ya que lo aportamos con nuestros impuestos y desgraciadamente el abuso de ese uso ha sido lamentable.

La crisis ha visualizado que los votantes cuentan con derechos y deberes, lo primero es evidente y probablemente en lo segundo también se deba hacer un ejercicio de autocrítica. Los políticos -y el mensaje está llegando además a los funcionarios- están escuchando voces sosegadas o airadas sobre el servicio público por el que fueron elegidos. Estos, de uno y otro signo, sin embargo, parecen no haber escuchado el mensaje y creen que solo se cuenta con el derecho a votarlos cada cuatro años.
Los partidos españoles están perdiendo esa gran oportunidad de hacer un nuevo modelo de política, las grandes formaciones parece que tienen guardada en el último de sus cajones una demanda popular casi permanente como es la petición de listas abiertas o la de mayor participación ciudadana.

Vayamos al ejemplo de Burgos. Si nuestros concejales hubieran sido elegidos por distritos o áreas -trasladando parcialmente el modelo inglés de la Cámara de los Comunes-, el edil responsable del barrio de Gamonal, antes del ‘estallido’ social, hubiera escuchado todas las voces y se habría preocupado de dar a conocer al alcalde la situación y las opiniones de los vecinos de su entorno y probablemente no se hubiera llegado a la lamentable situación final.

Votamos listas cerradas cuando deberíamos elegir ciudadanos con nombres y apellidos, los mejores en cada caso, pero esta posibilidad parece vetada por los grandes partidos políticos, y en esas listas se mezclan personas trabajadoras y resueltas con otros ciertamente menos válidos. Si cada uno de ellos tuviera que defender su puesto a pecho descubierto ante un grupo de ciudadanos, sus votantes, no estaría ni la mitad de los ediles que ahora ocupan los escaños del pleno municipal. Y en este sentido también quizá fuera deseable la elección directa del alcalde.

Lo mismo ocurre con los grandes temas de debate. Todos conocemos el gusto que tienen los norteamericanos a acudir a las urnas por decidir en temas controvertidos o en otros más inocuos. También en algunos países europeos cuentan con esa opción, quizá hasta exagerada como es el caso suizo.

Es cierto que al generalizar dañamos las excepciones y se comenten errores. En Castilla y León, el presidente de la Junta, el burgalés Juan Vicente Herrera, no para de lanzar mensajes, el último en la convención popular, sobre una nueva forma de hacer política: más participativa -lo ha demostrado con las firmas continuadas y necesarias con los agentes sociales- y cercana a las realidades concretas de los ciudadanos. Pero él también se ha encontrado con las viejas luchas entre el peso de los aparatos y, por ejemplo, en la designación de consejeros suele contar más la fuerza de cada provincia que el nombre del elegido. Es cierto que algunas relativamente nuevas formaciones políticas apelan a un nuevo estilo, pero mientras no gobiernen y no lo apliquen, están intentando ganar peces a río revuelto. Las europeas se pueden convertir, así, en un voto de castigo, así quizá algunos agudicen sus oidos.