Listas abiertas

El follón y mala educación generado con motivo del fallecimiento de la senadora Rita Barberá ha confirmado aún más dos ideas que fluyen en mi cerebro. La primera, las listas abiertas: que no sean ni las redes sociales, ni los que se llaman creadores de opinión, ni incluso algunos políticos, aquellos que decidan quién me representa a las elecciones, ya sean locales, autonómicas o generales. Que sean los propios ciudadanos quiénes decidan a quiénes eligen. Me gustaría también que previamente los candidatos fueran elegidos por primarias, pero ahí cada partido tiene su sistema, y ninguno es infalible, como ha quedado demostrado ya fehacientemente. De ahí ese segundo corte a través de las listas abiertas. Las redes sociales han llegado a colocar en un tuit al Papa Francisco como cercano a Trump y miles se lo han creído a pies juntillas. O encontrarte insultos de nombres desconocidos o incluso conocidos; pareciera que la gente se liberara frente al ordenador.

De ahí que las redes sociales vayan perdiendo credibilidad paulatinamente, y si no se apela a la responsabilidad, servirá para buscar perfiles ‘fakes’ donde te puedas divertir (recomiendo el del presidente de Corea del Norte, el dios tuitero y el entrenador del Real Madrid de baloncesto), encontrar las fotos de viajes de tus amigos, o los mejores platos de los comidillas habituales.

Las listas abiertas obligan además a colocar la honradez por testigo a la hora de elegir a las personas que las formen. Podrán salir por otra parte todas mujeres o todos hombres, no será la paridad, sino la capacidad de aquellos que se presenten la que determine su elección, siempre que haya los nombres suficientes. Es seguro que en la mayoría de los lugares conozcamos, de alguna u otra manera, a nuestros candidatos, y los criterios de descarte podrán ser muchos, pero solo serán eliminados aquellos que sumen muchos elementos negativos que les lleven a no ser apoyados por una mayoría, no la de redes sociales, sino más bien silenciosa.

Apelaremos luego más directamente a aquellos que hemos nombrado, porque nos compromete más una lista abierta, que una cerrada por otros. Pero tampoco es la panacea. No creo que a Rita Barberá desde la tumba le gustaran las manifestaciones de sus excorreligionarios ,mucho menos claro las descalificaciones de sus contrarios. Estaba en un proceso judicial enmarañado, como todo lo que ocurrió en Valencia durante los años de presidencia de algunos líderes populares, pero no había sido condenadan aún. Tampoco fue buena su persistencia como miembro de la Cámara Alta, no elegida además en las urnas, sino por las propias Cortes valencianas. Barberá tuvo luces y sombras durante su gobierno pero durante su capilla ardiente hubo miles de valencianos que esperaron varias horas en la cola. Todos ellos merecen también un respeto.

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