Despoblación, la batalla imposible

Castilla y Aragón son dos claros ejemplos de lo que un autor de éxito ha denominado en su último libro ‘La España vacía’, con índices demográficos casi similares a los siberianos; pero no son solo estas regiones las que se afanan por combatir la despoblación y el envejecimiento rural, también en otros lugares de España este es uno de los problemas, donde las razones son múltiples: desde la ausencia de un futuro laboral, al clima que hace la agricultura difícil, o la falta de acceso a medios tecnológicos.

Desde hace varios lustros nuestros gobernantes regionales están empeñados en hacer grandes planes para solucionar el tema de la despoblación. Y añaden enormes cantidades a los presupuestos anuales de la comunidad, que nunca sabemos si se utilizan, dada la escasa suerte para intentar lograr que no se abandonen nuestros pueblos. Se equivocan. La despoblación no tiene solución. Sería un gasto enorme -no inversión- el que tendríamos que acometer y pagar todos los ciudadanos para intentar lograr que en vez de vivir en una ciudad con todos los servicios necesarios, lo hagamos en un pequeño pueblo donde quizá ya exista un frontón, en el que pocos juegan. Si es más grande la localidad, una piscina, y donde probablemente, a costa de muchos esfuerzos de los curas, los católicos puedan oír la misa dominical.

Olvídate de lo que es una red wifi, también pese al trabajo de numerosos alcaldes, y de las diputaciones, y eso sí, disfruta del silencio. Hay excepciones, claro, y de vez en cuando nos encontramos en los ‘Paseos por la provincia’ con Gerardo en La 8 algún capitalino que se ha vuelto a acercar a los orígenes, porque no nos olvidemos, y en Burgos menos, que la mayoría de los habitantes de lo que llaman la Capital de Castilla proceden de villas y pueblos. Porque somos de pueblo y a mucha honra, pero no nos pidan que vivamos todo el año en él, sin consultorio médico, ni televisión con satélite, ni unos buenos pinchos…. y sin trabajo.

Luchar contra el despoblamiento es perder esfuerzos en batallas perdidas. Y buscar que se unan algunos municipios para ofrecer unos mejores servicios casi se convertirá en la guerra. Preferimos a veces perderlos, que tener que ir al pueblo de al lado para comprar algo, o para hacer alguna gestión administrativa.

Confieso que soy ‘de piso’, que no tengo ni idea de agricultura, ni de ganadería, ni de sus derivaciones en industria agroalimentaria, que es por donde puede estar parte del futuro de esos suelos de polígonos dispersos por la provicia. Y en eso, en alimentación, somos buenos. Procuremos crecer en lo que nos va bien, desde la comida hasta la bebida, y ajustarnos en lo que nos puede ir mejor, pero no está demostrado, como el turismo rural. Ahí tenemos un tope, y será muy difícil superarlo. Pero qué ¡vivan los pueblos! Qué narices.

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