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Aquellos días de julio

Iba a comenzar mis vacaciones esa mañana. Como casi todos los julios. Una llamada al teléfono fijo de casa me despertó. Era un amigo que tenía en el ministerio del Interior diciendo que habían liberado a Ortega Lara. Medio dormido me llegaba otra a los pocos segundos. El director del periódico, un oyente infatigable de la radio, me dijo lo mismo. A ducharse y para el trabajo. Había que hacer al menos una edición especial, trasladarse a donde estuviera el entonces funcionario de prisiones, y prepararlo todo.

Los medios técnicos no eran como ahora y había que casar las columnas casi a ojo. No teníamos color en la impresión, ni internet, ni forma humana de que una foto de los reporteros gráficos llegara al instante. Así era la vida. Al llegar al Diario, en la calle San Pedro de Cardeña, ya habían aparecido los primeros periodistas. No sabíamos si brindar a esas horas o esperar un poco más tarde, hicimos lo más prudente. Ese día había que fabricar dos periódicos. Y poco sabíamos lo que iba a suceder a las pocas horas.

La historia de José Antonio es bien conocida. A punto estuvo de quedarse encerrado en ese zulo de Mondragón ahora destruido. Habían elegido ese día porque el juez Baltasar Garzón estaba de guardia, y en las actuaciones antiterroristas era el más eficaz. Pero Garzón estuvo a punto de venirse abajo porque en la nave no encontraban nada, a pesar de las semanas de seguimiento que habían realizado, y de que Bolinaga se encontraba con los cuerpos especiales de la Guardia Civil que habían entrado. Mayor Oreja en permanente conexión con Aznar les dijo que aguantaran, hasta que encontraron el complejo mecanismo de apertura al zulo que movía una máquina de cientos de kilos. Y Uribechevarría Bolinaga cantó. Y José Antonio cuando entró el primer guardia civil pidió que le mataran pensando que era uno de los cuatro captores.

Nunca se conocerá bien la pista que llevó a los investigadores hasta Mondragón, a un comando de semidesconocidos en la lucha armada. Solo por tres letras no se dedujo que Uribechevarría Bolinaga estaba detrás. El caso es que se llegó, se vigió y José Antonio fue liberado 532 días después de haberle encerrado en esa habitación de tortura.

Ese día también sucedió que cuando llamaron a Domitila, el propio ministro, para anunciarle que su marido era libre ya, la buena de Domi no paró de incriminarle, ya que pensaba que le hablaba de Delclaux, que después de pagar una ingente cantidad había sido también liberado esa madrugada.

Llegó el secuestro de Miguel Ángel Blanco. Precisamente parte de ese mes de julio lo iba a pasar yo en San Sebastián y allí estaba en cada concentración, en cada protesta, en cada silencio. HB cerró todas sus sedes por temor. Esa noche lloramos todos sabiendo que Miguel Ángel iba a morir. Quizá por eso se acabaron los miedos y todos nos manifestamos, y los ertzantzas se quitaron sus cascos y se abrazaron los ciudadanos. Y comenzó el fin de unos desalmados, que ojalá cumplan todas sus penas. Por la memoria, la dignidad y la justicia hacia dos hombres: José Antonio Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco.