La plaza

Parece que fue ayer cuando mi madre me mandaba a la plaza a comprar sobre todo carne, carne picada para más señas. Con eso y los huevos fritos lograba que cuatro individuos en edad de crecimiento no protestáramos por la comida. En aquellos tiempos no recuerdo haber llamado nunca ‘hamburguesa’ al plato. Ni tampoco ‘producto’, como se estila ahora entre los cocineros, a lo que me entregaba el carnicero. Que tenía que ser de confianza para que lo que te diera fuera de buena calidad, y por la frecuencia con que mi madre iba a la plaza, sus hijos puedo asegurar que eran bien atendidos. El pollo y las criadillas eran otro de los objetos obligados en la compra.

La plaza era además un lugar de encuentro. Saludabas los sábados con las mismas personas, la mayoría mujeres, y a veces te dejaban incluso colarte al ver tu pantalón corto, aunque hubieras pedido ya la vez.

Disculpen si han leído en algún otro escrito lo que ocurría con el pollo en la mesa familiar. La distribución era siempre la misma. Las patas o la pechuga iban para nosotros; las alas para mi padre, que le gustaba chupar, o eso decía, y el cuello para mi madre. Siempre para ellos. Ahora que las cadenas de comida rápida han puesto de moda las alitas, entonces había que convencernos mucho para que las probáramos. Hasta hace no mucho tiempo creía que a mis padres les gustaban esas dos partes del animal. Nunca se lo pregunté. No hacía falta.

Ahora las carnicerías ya te entregan todo el producto preparado y deshuesado, no hay que poner ni el pan rallado, del propio establecimiento al fuego y al plato. Más caro, pero aparentemente menos trabajo. Y ojo con colarte, hay unos numeritos que indican en qué momento te atenderán.

En Burgos tenemos dos impresionantes mercados, como lo muestra el hecho de que casi siempre cuentan con un buen número de visitantes, pero hay que estar atentos para que finalmente no se pierdan. La competencia con las medianas superficies es grande, y hasta las pescaderías van desapareciendo. Pero ahí, en ‘la plaza’ tenemos de todo, o casi. Y muchos productos son los más frescos que puede encontrar cuando hace la compra. Y hasta probablemente le indiquen que mejor llevarse otra pieza porque ese día no ha venido bien la que usted quería. Y si además es un cliente habitual le guardarán aquello de lo que es consumidor hasta que aparezca por el mercado.

Conmigo lo hacían, nada más asomar la cabeza, casi lo tenían ya preparado y envuelto para llevar, aunque siempre me sorprendía y quería comprobar como metían el trozo de carne por la máquina y salía picada por el otro lado. Era la tecnología de la infancia, que cuando empiezas a hacerte mayor la vas echando de menos.

 

 

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