Mayores solos

Toda una generación se está encontrando con la necesidad de atender a sus padres, mientras ellos probablemente viven en otro lugar o sus hijos se encuentran en la edad aparentemente más difícil: La adolescencia. Es cierto que perviven todavía familias numerosas, hijos del baby boom, y que el reparto de tiempo para estar con los progenitores se puede lograr con menos dificultad. Pero si quien necesita estar atendido tiene alguna enfermedad que le impide valerse por sí mismo, a veces el peso recae solo en las dos partes del matrimonio, y mayormente en las mujeres, que después de una vida ocupándose junto a su trabajo externo -si así fuera- a las tareas del hogar, se encuentran ahora que no tienen ni vida en los años de su jubilación.

Hay muchas variables, y además las soluciones no son fáciles. Vivimos más tiempo -aunque por mucho que se empeñen en decir que en la década de los 70 no somos viejos, lo somos-, las familias actuales tienen menos descendencia, y las parejas se multiplican; junto a ello, las residencias, además de no cubrir todas las necesidades, son caras si no tienes una pensión digna, y no es extraño encontrarse con una realidad que desgraciadamente vamos conociendo cada vez con más frecuencia: el número de personas mayores que viven solas, y que cuando mueren todavía se tarda unos días en conocer el fallecimiento, y menos mal que algunos vecinos empiezan a darse cuenta.

Frente a esto, muchos se preguntan qué pueden hacer. Recuerdo a la única abuela que conocí , que en ningún momento quiso irse a vivir con alguna de sus hijas. Cierto es que tenía un carácter fuerte forjado en las dificultades de la posguerra, que hasta que se quedó sin hogar porque el Ayuntamiento, en este caso de Palencia, decidió que el solar donde estaba tenía que incorporarse al parque inmediato, vivió en ese lugar donde acudíamos de niños con frecuencia en las fiestas de San Antolín, y donde festejábamos que no existiera ni baño ni ducha, y escuchábamos desde la cama los conciertos de El Salón. Ella se fue a una residencia en Burgos y logró plaza en la de Palencia cuando se abrió. Allí falleció. Estaban forjadas en otro tiempo. Cuántas madres nos han dicho que no quieren dar más la lata cuando se encuentran enfermas, su marido ha fallecido, y ven que se van yendo. Y como en toda su vida, lo que menos quieren es molestar, se lamentan que su situación afecte al resto de la familia, cuando la mayoría de los hijos están encantados de devolver el amor que recibieron de sus padres… si pueden.

En ese poder está la dificultad actual que va a ir creciendo. Cada vez más la familia cuenta con un vástago. La relación dura menos, y cuando los padres llegan a mayores y probablemente dependientes, probablemente estén separados, el hijo ve que fácil no lo tiene. Y como ahora, no sabrá qué hacer. Algunos lo quieren resolver con una pastilla que se dispense en una farmacia. Pero no parece la respuesta que nos gustaría ofrecer a aquellos que nos dieron la vida y todo su amor.

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