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Un cielo muy grande (Ha fallecido Sátur Lorenzo)

Nos habíamos visto poco en los últimos cuatro años, durante tu permanente lucha contra el cáncer… te habías aferrado a la vida, y habías hecho rezar a todos como posesos, pero a veces Dios quiere, aunque no lo entendemos, a los mejores entre los suyos.  Un whatsapp de Eduardo me avisaba de tu fallecimiento, luego entró el de mi hermano Luis Carlos, con quien coincidías de vez en cuando en Valladolid, me fueron entrando sms y mensajes. Ha muerto Sátur… languidecía el teléfono y no por ser una noticia esperada, pues te habían dado unos pocos meses de vida, no deja de suponer un mazazo cuando te enteras. Dirán que eres de Oviedo, pero quisiera aclarar que naciste en Gijón, nacimos, y por eso tienes un corazón enorme de grande, por eso te quería todo el mundo, por eso tu perfil en Facebook se está llenando de emocionados mensajes de numerosos lugares. Allí coincidimos en Asturias, y luego las circunstancias nos fueron acercando. Quién me iba a decir que yo acabaría en Burgos y tú también. Aquí junto a un buen grupo de padres pusiste en marcha el Colegio Campolara, con la idea de formar chavales que estudiaran y tuvieran criterio, tu experiencia previa como profesor en otros colegios fue clave en esos primeros pasos, y tu impulso decisivo. Te adentraste en el mundo de la comunicación y estuviste de gerente en la agencia Ical. Luego volviste a la enseñanza mientras llevabas la Comunicación del Opus Dei para todo Castilla y León durante unos cuantos años, incluso mientras duraba tu enfermedad.

Hace apenas un mes comentabas en Facebook, por donde seguíamos tus andanzas y tus sonrisas:  “La familia nos vamos contando las novedades y las agendas inmediatas. Por mi parte, tras cuatro años de exquisita atención en la Clínica de la Universidad de Navarra me limito a transmigrar a departamentos similares en Hospitales de la Universidad de Valladolid”. Sabías que ya te quedaba poco de vida, pero nunca, nunca dejabas de sonreír, y nunca, nunca dejaste de luchar por sobrevivir, de intentar levantarte cuando estabas en la silla de ruedas, de manejarte por tu cuenta, de leer.  Serviste de ejemplo para muchos enfermos sobre la forma de afrontar el dolor. Sobre cómo enfrentarse a la muerte, precisamente porque estabas convencido de que era un paso más hacia otra vida.

Sabes, quizá te nombre mi intercesor para muchas cosas por las que ahora tengo que pedir. Algunas cercanas de enfermedades de seres queridos, otras inútiles como el ascenso del Sporting. Quizá me acuerde de ti cuando pierda la sonrisa por motivos nimios, cuando me cabree por tonterías –nunca te vi hacerlo-, o cuando se me ocurra que la vida no vale la pena, porque no vi a nadie nunca, con la gravedad de tu enfermedad, luchar por ella como tú.

Descansa en paz. Gracias.

Morir

Tengo una edad ni necesariamente alta como para pensar en una muerte cercana, ni necesariamente baja como para no pensar en ella. Después de los cuarenta, ya les digo, que los achaques se van multiplicando y hay que cuidarse. Es esa edad donde los parientes más cercanos comienzan a ausentarse. Apenas conocí a mis abuelos, salvo a la madre de mi madre. Murieron relativamente jóvenes –hace treinta años con 70 años ya eras un anciano, ahora decimos que estás en plena madurez, eufemismos-. Tuve el gozo de disfrutar de mi padre 82 años, y ahora sigo haciéndolo de mi madre.

A mi padre le diagnosticaron un cáncer con un porcentaje muy desfavorable el mismo año de su jubilación. Me llamó mi madre para decirme que tenía unos síntomas malos, y que él había dicho que le lleváramos a Pamplona. Allí nos fuimos, amparados también por el igualatorio. El diagnóstico era un cáncer de estómago grave, pero no se había extendido. Aunque soy partidario de contarle a los enfermos la situación de la enfermedad que padecen, no se lo dijimos, porque casi todos en casa somos un poco hipocondriacos y mucho nos teníamos que se hubiera puesto entonces peor.

Desde aquel año, 1992, creo que todos los hermanos estamos mucho más unidos. Nos turnábamos por semanas para acompañarle durante el tratamiento en Pamplona. Y le animábamos mucho. Mi padre desde entonces no fue el mismo en su bienestar físico, pero creo que nunca nos transmitió lo que sentía. Los últimos años los pasó en silla de ruedas, tuvimos que convencerle para que saliera a la calle en la misma, no le gustaba que le vieran así, pero luego lo agradeció. Nunca perdió su buen humor y menos su entusiasmo y el cariño por sus hijos y nietos. El mismo de mi madre, con la que ahora doy los mismos paseos en la silla que mi padre. Tíos míos y primos también fallecieron en estos últimos años por el cáncer. Y todavía es más difícil para aquellos padres que pierden un hijo o un nieto.

Espero que hayan disculpado este desahogo –recordarlo me hace llorar, ya saben cómo somos los asturianos- pero tengo buenos amigos y amigas que están pasando ahora por un mal momento por haber perdido un ser querido o por tenerlo con una enfermedad grave y probablemente larga, con una dudosa esperanza. A los que les duele el cuerpo y el alma. Que no entienden el porqué de estas situaciones.  Estamos en noviembre, el mes de los difuntos. Se llora mucho, se sufre mucho. Y probablemente no se entiende nada. Tenemos ansias de eternidad que nuestro cuerpo no aguanta. Creo que es muy bueno compartir el dolor. Y desahogarse. Y pensar en los buenos momentos disfrutados. Y soñar en un futuro juntos. Me acuerdo mucho de mi padre cuando le veo con la foto con una copa de Martini. Y sé que donde esté –era un buen creyente que transmitía la fe- se la tomará a nuestra salud.