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¿Cuándo voy a morir?

Se lo escuché a Javi Nieves en su programa matutino de Cadena 100. Un niño necesita de la transfusión de sangre de su hermano más pequeño. Al pequeñajo, con apenas 6-7 años, le van contando  lo importante que es su donación para que su hermano siga viviendo. El medita durante un largo rato, cariacontecido, pero no tarda mucho en dar su respuesta afirmativa.  Al acercarse la enfermera, le pregunta ¿y yo, cuándo voy a morir?  Pensaba que iba a perder toda su sangre y ya tenía decidido ofrecer su vida por la de su hermano mayor.  Impresiona ¿no?

En otro lugar de España, Madrid, en la puerta de una iglesia del centro de la capital. Hace meses que el porche acoge a un mendigo, aseado, culto, con buenas maneras.  Y lo sorprendente es que canta a capella, las melodías que le han acompañado a lo largo de su vida –de la mía también-, letras de Serrat, de Ana Belén, que en las recientes navidades ha variado con villancicos. Y no lo hace mal, ya que son muchas las personas que de forma constante se paran y le dejan unos euros. Y el ofrece abrazos a manos llenas, dice que para dar alegría. Si le preguntas te cuenta que era un pequeño empresario, que la vida da vueltas, y que al final se ha quedado sin nada.

Una madre se encuentra embarazada de mellizos y el médico le recomienda que dada su edad, apenas supera los 40, se plantee la posibilidad de interrumpir su embarazo por la complicación que puede suponer si avanza con la gestación. Entiendo que a muchas mujeres la opinión de un galeno les pueda incluso motivar para adoptar esa resolución. El riesgo es alto, y puestos a elegir aparentemente entre los hijos y la madre, si uno es el propio sujeto, prácticamente hay que ser un valiente para sacrificarse. El embarazo, sin embargo, a medida que avanza ofrece dificultades pero no insalvables, tienen que adelantar el parto y los bebés directos hacia la incubadora con poquitos gramos. Han pasado tres meses y les he visto ya con sus hermanos y sus padres. Son encantadores.

Son tres casos, de tres ciudadanos completamente distintos, y que en esta sociedad nos parecen héroes.  No nos extraña viendo las imágenes que nos ofrecen algunos programas de televisión donde la opción es la desidia o el aburrimiento. Pero no son pocos los que se enfrentan a la vida. Ya he escrito en este espacio de la Página Par de la esposa que lleva más de cinco años con su marido con alzheimer, o de la joven que tiene que sacar a sus otros tres hermanos adelante porque han fallecido sus padres.

Hay otro caso, quizá más sangrante, el protagonista es un amigo, Álvaro, que en Cogollos subió en su coche un portugués que pidió que le llevara poco más allá de Aranda, aunque su destino era Faro, no quería causar mucho trastorno a los conductores que le fueran acercando hacia Portugal. Este hombre, mediana edad, había sido contratado para trabajar en Hamburgo por un español, pero solo estuvo un mes, el socio alemán le pagó su parte, el español le dejó tirado. En Irún se le acabó el dinero, y llevaba varios días durmiendo en la calle y pidiendo algún favor.  En esa misma gasolinera, ese mismo día, un tipo le había ofrecido 500 y 600 euros (la segunda vez), por acostarse con él, además de pagarle el viaje hasta su pueblo.  A Antonio, pobre total, le quedaba la dignidad para decirle que no, pese a la presión de este elemento que acudía a Madrid a un Congreso.

Pues claro que este mundo merece la pena.

Publicado en DB el 5 de marzo.