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Esfuerzo y mérito

Tuve un profesor, allá por octavo de EGB (13 años), que nos repetía machaconamente que el que copiara o se sospechara que copiara era “el reino de los ceros”. Ni dudábamos en que eso era totalmente cierto, por la cara que ponía, y sobre todo porque lo cumplió con creces en la primera Evaluación. Otro, en el mismo curso, nos ilusionó tanto con escribir, y el concurso de redacción de Coca Cola, que nos quedábamos después de clase, hasta las ocho y media de la tarde, varios días a la semana, para aprender más de nuestro castellano. Le llamábamos “El topo”, pero al margen si se dormía o no en las aulas, nos adentró por un estupendo mundo del que siempre le estaré agradecido, a pesar de las horas de ocio robadas.  Además gracias al concurso, del que pasé a la fase regional, pude conocer a uno de los mitos de entonces Miguel de la Quadra Salcedo y hacer un pequeño viaje con él. De la profesora de inglés de entonces agradezco que nos hiciera aprender de memoria las canciones. ¿Memoria? Sí. Desde entonces tarareo muchas veces The boxer, Father and son o The house of the rising sun.
Los que jugábamos a balonmano en el colegio éramos los hermanos pobres de otro deporte: el baloncesto, estos tenían un equipazo y además los juniors llegaron a jugar en la Segunda División nacional como el Inmaculada Ike, que luego se convertiría en el Gijón Baloncesto y militaría en la ACB de la mano de Moncho López, aunque el sueño duró poco. Ellos tenían el privilegio de la pista cubierta, y de los mejores horarios para el entreno. Los del balonmano íbamos una hora antes de las clases por la mañana, que empezaban a las nueve menos veinte, así que a las siete y media ya estábamos en la pista corriendo. Fuimos varias veces campeones de Asturias y del Norte aunque la competencia ciertamente era poca, el Codema de Gijón (donde años antes había jugado Alvarez Cascos) y el Santa María del Mar de La Coruña y alguna vez el Instituto Jovellanos también de Gijón. Lo teníamos relativamente fácil. Nunca renegamos de los horarios del entrenamiento porque estábamos encantados de nuestro buque insignia, el Ike, y para ellos tenía que ser lo mejor, donde además jugaban algunos de mi clase.

Son ejemplos de una educación –entonces el colegio solo era mixto en Cou- que se basaba en el esfuerzo de los estudiantes y en el mérito de sus codos, de su ilusión, y de su trabajo. Donde los padres ocupaban el papel imprescindible que tenían que mantener, pero ajeno a la tarea de los profesores o maestros.  Pasé la EGB, con casi todos sobresalientes, se resistían aquellas cosas manuales –nunca he sido un manitas- y la Educación Física, pues aunque como pivot balonmanista recibía muchos golpes, lo del plinto me producía miedo escénico. El BUP fue peor, la edad del pavo entonces llegaba más tarde y mi padre me seguía poniendo ejemplos de amigos míos que destacaban con sus notas, pero que algunos fracasaron en la Universidad.

No sé si el camino emprendido por Wert es el que debe ser, pero me gustan algunas de sus determinaciones y sobre todo que al menos habla mucho de esfuerzo y mérito. Y de suspensos. Y de repetir curso. Y de reválidas. Recuerdo que no sé por qué razón hace tiempo en Twitter eché la culpa de la educación a la Logse, enseguida me contestó Javier Solana, su ministro responsable, aclarándome algunos puntos. Se lo agradecí y hoy al menos somos conocidos a través de las redes sociales. Pero a pesar de la crisis, la Educación debe ser uno de los aspectos que entre todos debemos mejorar: devolviendo la autoridad a los profesores, exigiendo a los alumnos y sobre todo ubicando a los padres en el espacio que deben, opinando y decidiendo, pero respetando el trabajo de los maestros.