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Burgos baila

Cuando llegué a Burgos me sorprendieron unas cuantas cosas. Estaba dejando de ser la ciudad de curas y militares de la que había oído. Me admiró ver también una localidad bastante limpia, aunque extrañaba encontrarse con varios edificios abandonados que parecía que en su tiempo habían sido señoriales y ahora estaban destartalados, como el Teatro Principal, el Palacio de la Isla, o el Hospital de la Concepción; y, sobre todo, una Catedral, única en el mundo, sucia. Nada parecía que se fuera a hacer con estos inmuebles para su mejora. Gustaban más los aparcamientos que el patrimonio en nuestros ediles. Algunos además incluían una carga política que no convencía a los responsables políticos de entonces. Para mí, era la primera capital que vivía donde gobernaba el centro derecha, tras haber pasado por Gijón, Pamplona y Madrid, y eso en cultura, aunque no debería ocurrir el desapego, ocurre.

Pareciera, además, que la faltara algo de vida. Pero si la cultura no se manifestaba en grandes eventos, lo hacía individualmente o en grupo en mucha gente, por ejemplo, con la enorme cantidad de asociaciones y grupos de baile que había. Tuve que esperar a las fiestas para comprobarlo. A hablar con la gente para conocer que muchos habían bailado cuando eran unos chavales, que la mayoría de las reinas de las fiestas danzaban. Y todos lo hacían muy bien. Era una auténtica pasión. Y probablemente mucha culpa de todo ello lo tuviera el Festival Internacional de Folclore, que llenaba año tras año en la plaza de San Juan y si bien era gratuito, nadie aguantaría un tostón de dos horas si no le gusta.

Llegaba de ciudades con marcha, a otra donde la marcha se basaba en las tradiciones. Una ciudad además de poetas y de escritores. Por eso hablar ahora de que puede desaparecer el Festival por falta de apoyo económico de la administración local es fallarle a la esencia de Burgos. Es falta de sensibilidad de nuestros políticos, y probablemente, sí, errores de los organizadores en el papeleo burocrático que hay que presentar y justificar. Quizá eso forme parte de la forma de ser de los burgaleses, a los que en general les cuesta, entiendo que por el carácter, pedir ayuda. Y también por lo cainitas y envidiosos que somos los seres humanos.

El Festival debe pervivir. Estoy seguro que se arreglará en las próximas semanas, y aunque no tengan el tiempo que sería necesario para ‘fichar’ a buenos grupos internacionales, el buen nombre del mismo y la capacidad de trabajo de sus organizadores los conseguirán para alternar con el buen hacer y profesionalidad de nuestros grupos de la capital y la provincia. Y en julio volveremos a ver in situ o en la tele una afición que se extiende por toda esta tierra y que se manifiesta en todo el mundo.