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Licitando

Llevamos ya una temporada en que ante cualquier licitación pública son muchas las empresas o particulares que convierten la oferta económica en la más baja posible, sabiendo que en estos casos puede ser la adjudicataria. Contaba uno de los responsables  de una gran multinacional que en algunos casos lo hacían aunque perdieran dinero, porque lo importante era mantener la marca y a los trabajadores; pero a qué precio.

Durante la crisis económica todo ello se acentuó aún más, algunos lo hacían sabiendo que a lo largo del trabajo habría rectificados que les permitirían recuperar la inversión ‘perdida’. Quizá una empresa grande, que en algunos lugares gana mucho y en otros pierde algo, se pueda permitir estos lujos, pero no es así para los particulares que acuden a las licitaciones con una mano delante y otra detrás y que se la juegan ofreciendo prácticamente lo que responde al salario mínimo interprofesional  y quizá ni con esas consiguen su propósito.

Esas prácticas son algunas de las que están favoreciendo que España sea uno de los países con salarios más bajos en muchas profesiones,  y en vez de valorar lo que puede aportar un candidato o una compañía a la sociedad, computa fundamentalmente lo que menos le va a costar, y esto significa que no siempre entran los mejores, al menos en estos concursos donde se lleva más porcentaje de la oferta el tema monetario que la calidad del trabajo y el valor de la persona que lo vaya a realizar. Todo ello también puede reproducirse en el sector privado.

Así, si hace unos años a los mileuristas se les miraba por encima del hombro, ahora es al contrario. Porque la categoría de un trabajo y de un trabajador se va desvalorizando por momentos. Costará mucho recuperar la dignidad de alguno de los empleos. En el periodismo, por ejemplo, en bastantes casos está por los suelos, dada la abundante oferta, los salarios en muchos casos porque es muy difícil calcular el valor que genera este trabajo, la falta de horarios…

En este campo de los concursos, las administraciones públicas podrían dar un paso ya y es que contara más el contenido proyecto –ya sea de una persona o de una compañía- que la oferta económica. Que el que sea competitiva se aplique a la persona, y no a los dineros. Que piensen más en encontrar ofertas geniales que no en cómo rascar dinero para ser el agraciado, rozando la legalidad.  Es cierto que así podría haber menos adjudicaciones arbitrarias y valoradas por personas y que se podrían evitar errores futuros. También habría que acabar con esos rectificados en las licitaciones al cabo de un tiempo y para ello los pliegos de condiciones deben ser los suficientemente claros para que las ofertas se mantengan en el mismo precio hasta el final y evitar corruptelas.