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Memoria, dignidad, justicia

El próximo 1 de julio de 2022 se cumplirán 25 años de la liberación de José Antonio Ortega Lara. Fue un día de júbilo en Burgos después de 532 días de sufrimiento por un paisano del que desconocíamos cualquiera de sus circunstancias. Después se supo que el ex funcionario de prisiones estuvo a punto de quitarse la vida, pero el pensamiento de su familia, su fuerza mental y su fe le mantuvieron vivo. Hace 10 años, la organización terrorista que lo secuestró abandonaba las armas. Todos los políticos quisieron apuntarse el tanto, pero es conocido que las Fuerzas de Seguridad del Estado en España y la presión de Francia en ese momento provocaron fundamentalmente esa decisión.

Si hoy preguntamos en cualquier instituto de esta ciudad por ETA las respuestas serán seguro muy variadas, dispares y probablemente equívocas. Contando la historia de José Antonio a estos chavales se muestran sus caras de asombro. Cambiando de nombre sus partidos algunos de los más destacados dirigentes de la banda han pretendido restañar las heridas provocadas por sus más de 850 asesinatos, 2.600 heridos y 90 secuestros, pero sin arrepentirse ni un ápice. Las víctimas -aquellos que sufrieron atentados y sobrevivieron y familiares de los fallecidos y heridos- multiplican la triste herencia etarra, por eso no es de extrañar que la inmensa mayoría pidan a gritos: Memoria, dignidad y justicia.

Está bien que hayan cambiado las pistolas por los sillones de las instituciones, y que por una vez no hayan mentido en sus anuncios sucesivos de tregua, evidencia de su mala situación en aquel momento. Son respetables cada uno de los votos que reciben en la actualidad. Pero alguna formación política debería reflexionar si tendría que aceptar las palabras de un terrorista condenado como es Otegui en las que vendía sus sufragios por la libertad de 200 colegas que penan por la sangre que derramaron y otros muchos que aun no han sido juzgados.

Estos malhechores han causado mucho dolor como para olvidar. Y lo estamos olvidando, lo han hecho ya las nuevas generaciones de españoles, lo están haciendo las anteriores por seguir en el poder, y lo están sufriendo todavía ciudadanos que se tuvieron que exiliar de su tierra y perder sus empresas por no pagar el mal llamado impuesto revolucionario; además de dividir a las gentes de un territorio que dejaron de hablar de algunos temas considerados tabús para no separar aún más a sus familias, a sus amigos, a sus colegas de trabajo. La herida abierta todavía será difícil de taponar. Porque los que representan a los miembros de la banda no tienen la mínima intención de pedir perdón, pocos lo han hecho, y los que lo hicieron fueron relegados.

Memoria, dignidad y justicia es lo mínimo que podemos exigir en nombre de los centenares de compatriotas que perdieron su vida.

Memoria y dignidad

Recientemente, una de las más destacadas empresas de sondeos españolas hacía públicos unos datos realmente escalofriantes, pero que muestran que España es un país sin memoria, y así se demuestra cada vez que hay comicios electorales, y con valores enterrados en una sociedad anestesiada. De vez en cuando algún partido, por razones ideológicas, recupera las ‘dos españas’ para intentar agrupar el voto y ahondar todavía más en esa herida.

GAD3 decía que siete de cada diez españoles no sabe quién fue José Antonio Ortega Lara y solo el 38 por ciento de los jóvenes identifica a Irene Villa, también de ascendencia burgalesa, como víctima de ETA. Además, más de la mitad de los españoles no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. Son datos extraídos de un informe de la consultora ‘La memoria de un país’ debido al estreno esta semana de una docuserie de Amazon ‘El Desafío: ETA’, tras la emisión de Patria, y de El instante decisivo de A3 , sobre lo ocurrido entre la liberación de Ortega Lara y el secuestro y asesinato de Blanco. La lectura de todos los asesinados por la banda por parte de Abascal en el Congreso ha vuelto a sacar a la luz el por qué de la insistencia de las asociaciones de víctimas del terrorismo en la memoria, la dignidad y la justicia.

José Antonio fue liberado por la Guardia Civil el 1 de julio de 1997, cuando nadie daba nada por él, después de 532 días encerrado. La perseverancia de las Fuerzas Armadas y un toque de suerte permitieron conocer que en un taller de Mondragón podía estar pasando algo. La fe y la paciencia de algunas personas evitaron que finalmente el ex funcionario de prisiones burgalés se pudriera en el pequeño zulo. Como represalia, el concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y asesinado a sangre fría por otro comando de este grupo de asesinos.

Probablemente nadie de mi generación habrá olvidado esos días. En mi caso iba a iniciar las vacaciones en San Sebastián cuando a Ortega Lara le sacaron del agujero. Un día de trabajo intenso para publicar una edición especial, y otra muy completa del periódico. Gracias a alguno de sus familiares pude estar en su casa y enseñarle junto a Alberto Rodrigo todas las fotos de lo que había ocurrido en Burgos mientras el estaba medio enterrado en Mondragón. Allí estaban sus compañeros de prisiones, los miles de burgaleses que acudieron a una impresionante manifestación pidiendo su libertad, las concentraciones en un silencio eterno de los miércoles en la Plaza Mayor, un sinfín de portadas de DB. La vida en libertad, pero con sufrimiento. Fui a San Sebastián y me encontré con uno de los mayores horrores etarras: el aviso de un asesinato contra el que nada podías hacer. Pero será difícil de olvidar la manifestación en la capital vasca y la protesta posterior frente a la sede de HB, guardada por ertzainas que tuvieron que quitarse los cascos ante el aplauso de la multitud.

Toda esa historia contemporánea de España ya  no se cuenta en su cruda realidad para nuestros jóvenes estudiantes. No se exhiben las imágenes de esos días en Ermua, o la salida del zulo de José Antonio. Por esa memoria publicamos un libro Belén Delgado y yo. Porque se podrá perdonar, pero lo que no se debe es olvidar.

El mismo año que secuestraron a Ortega Lara, Induráin se retiraba del ciclismo con una cosecha de ‘tours’ en su morral. Si GAD3 hubiera incluido en su encuesta cuántos saben quién es el ciclista navarro, la diferencia con el burgalés hubiera sido muy grande a su favor, y con todo derecho por todo lo que se vende el deporte. Pero por eso hay que seguir insistiendo en la memoria, dignidad y justicia, y en ese blanqueo que algunos están realizando con los herederos etarras.