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Futbolistas

Disculpen si les cuento en esta Página Par relatos personales, para una memoria frágil son los que más rápidamente acuden a la cabeza, y con algo de tiempo transcurrido se hacen más cercanos. Saben los lectores habituales que soy del Sporting, pero no me gustó nada lo que hicieron los jugadores rojiblancos al final del derbi ante el Oviedo el sábado. Perdieron, claro, es lo habitual en esta temporada, y no lo encajaron bien. Es cierto que los carballones mostrando las camisetas al público -99,9 por ciento gijoneses- les mosquearon. Es verdad que no les enviaron ninguna entrada a los azulones. Y que el Oviedo está en puestos de fase de ascenso y el Sporting evitando el descenso a los infiernos. Pero en el fútbol hay que saber ganar y saber perder. Y por más oportunidades que tuvieron el gol no entró, y en este equipo eso es culpa desde el presidente hasta el último jugador. No ha habido planificación, no se ha confiado en los entrenadores, no saben a qué juegan…

Vivir en la piel de un futbolista no es fácil. En el primer sueldo te compras un automóvil que ni un comisionista. Puedes ser famoso con 19, 20 años y te invitan a todos los saraos. El que esto escribe lo sintió hace ya algunos años. Estaba en Pamplona, y en el Colegio Mayor vivía con el hijo del entonces presidente del Sporting. Había un par de gijoneses más y su padre nos invitó a comer con la plantilla y al palco en el partido en el viejo Sadar. Así que después del almuerzo subimos el autobús rojiblanco y acabamos entrando a pisar el césped por el túnel de vestuarios con algunos aficionados navarros saludando. Yo iba con mis amigos, todo altos y deportistas, podían confundirse con Maceda o Jiménez por la complexión física. Yo no, aunque entonces jugaba al baloncesto. Pero me pidieron un autógrafo, y no le dije nada al chavalín que lo hizo, y firmé, y crecí hasta la altura del rubio central del Sporting que acabaría en la selección y en el Madrid. En Osasuna estaba Enrique Martín, viejo conocido en Burgos, y que al año siguiente sería vecino mío en el barrio de Iturrama en Pamplona.

Formaba parte de un equipo que casi no jugó en Europa, pero que en una ocasión fueron llamados siete a la selección española. Ese año –el de mi ‘debut’- quedamos octavos, con Boskov de entrenador; ganó la liga el Athletic de Clemente y nosotros nos convertimos en los reyes del empate.

Nunca olvidaré esos momentos pisando el césped de Pamplona. Aunque hubiéramos perdido 2 a 0.  Pero entonces no había tantos mercenarios en nuestro fútbol, se sentían los colores, y claro que había tanganas, que se lo pregunten a Miguelí o Goicoechea. Así era el fútbol.

Ahora estos chicos ganan millones, tienen en su casa el gimnasio, son auténticos cachas –la mayoría- y pueden cambiar de club como de camiseta. Pero hay que saber perder… y ganar.

 

 

La memoria en el camino

Le conocí en Pamplona, el tipo es un poco desgarbado, forofo de Osasuna, republicano (o eso dice), buena persona y periodista. Tuvimos ocasión de trabajar juntos en un proyecto que si no culminó con la continuidad, creo que valió para trabajar en equipo un puñado de jóvenes inquietos y donde teníamos que doblegar al dragón, no lo conseguimos porque el dragón era muy grande, y en parte porque tampoco nos dieron mucho tiempo para alcanzarle.

Este elemento pretende en los próximos días iniciar un viaje desde Finisterre hasta Jerusalén, lo que supone, según ha calculado, más de diez millones de pasos. Lo hace para llamar la atención sobre una enfermedad que es la del alzheimer que se va extendiendo como una gran mancha y que no solo afecta a los propios pacientes, sino sobre todo a las familias de ellos.

He visto ejemplos enormes de dedicación y entrega a parientes con alzheimer, sin ley de dependencia y con ella, pero sobre todo con dosis de amor increíbles. No hace muchas semanas me encontré con un matrimonio ya de abuelos. El marido lleva diez años con su alzheimer, ella le saca a la calle pacientemente todos los días, un par de horas, y siempre que se encuentra con algún conocido sonríe, él también ajeno a la realidad o quizá contagiado por la persona con la que ha compartido su vida.

Guillermo Nagore también tiene en su familia un caso de alzheimer.  Y va a caminar, y mucho, con una mochila al hombro y la generosidad de por ahora un patrocinador, El Naturalista, y esperemos que con alguno más. El blog en el que contará su experiencia se llama ya La memoria en el camino y si escribe tan bien como sus habituales post será sin duda una lectura obligada durante este tiempo.  Para Guillermo, el alzheimer  es una enfermedad “con nombre de alemán ladrón de recuerdos, una enfermedad que no es ningún fenómeno metereológico inevitable sino que se puede y se debe combatir con medios de todo tipo para tratar de conseguir la utopía de una vejez digna y en condiciones para todos. Desde que el mundo es mundo, la única garantía de conseguir avances ha sido, es y será perseguir la utopía y eso es lo que haremos mientras caminemos hacia la madre de todas las ciudades, de todas las civilizaciones”

Serán 10 meses atravesando 14 países, en el camino de vuelta del que hizo hace veinte siglos Santiago. Parte atravesando ese Camino que ha supuesto la transformación interior de muchos de sus peregrinos, otra por lugares más inhóspitos y menos civilizados, y en todos con la idea de transmitir en palabras lo que supone el alzheimer, porque es serio, muy serio; estoy seguro que a este periodista de raza no le será difícil encontrar esas historias. Que conste que antes de partir el próximo mes de marzo quedó en hacer una visita al Museo de la Evolución, espero al menos que en la etapa que pase por Burgos se acuerde de saludarnos. Aquí pretendemos contar la historia de casi cinco millones de años. El busca la del día a día, la actual, con sus alegrías y tristezas, con sus pasiones, con sus emociones, con sus dudas y también con sus miserias.

Ultreya Guillermo, y si quieren seguirte por twitter @gnagore

Artículo publicado en DB el 20 de febrero de 2012