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Lo que cuesta un periódico

Soy consciente de que los periodistas que hemos trabajado o los que trabajan actualmente en prensa escrita no hemos sabido transmitir a los lectores que se llevan mucho más bajo el brazo que lo que han pagado por 1,10 euros al quiosquero de la esquina. Simplemente conocer que ese precio establecido solamente sirve para abonar la distribución y la impresión hubiera quizá valido para asumir que la información es cara, que cuesta. Sobre todo se ha notado ahora cuando la crisis económica ha llevado a los anunciantes a reducir sus presupuestos publicitarios, por lo que los editores han tenido que buscar recursos atípicos (colecciones, libros, dvds, colonias, mantelería…) para únicamente tratar de seguir manteniendo las nóminas de los periodistas que trabajan en los medios de comunicación.

El periodismo cuesta, y el buen periodismo todavía mucho más. Ocurre, sin embargo, que cada vez los ingresos se van reduciendo y las posibilidades de hacerlo también disminuyen. Además hay que competir con la radio y la televisión que aparentemente son gratis, y desde unos años a esta parte con internet, donde muchos periódicos vuelcan la misma información que tienen en su edición impresa de forma automática pues la competencia –mejor la mala competencia- parece que te obliga a salir a la red.

Sucede también que pese a que los gurús periodísticos pueblan nuestro planeta no han sido capaces de estar en la gestión de la información al mismo nivel a la hora de prever el futuro como los tecnológicos, y ahí están los ejemplos de Apple, IBM o Microsoft y sus continuos desarrollos y cambios. Los periodistas escribimos para un soporte en lugar de hacerlo fundamentalmente para los lectores, y nos adecuamos a los espacios y las necesidades de las máquinas. Uno observa la mayoría de los periódicos y en el conjunto conservan la misma forma, el mismo esqueleto e incluso una similar o muy parecida distribución de espacios. Sorprendería un medio donde a cada noticia, cada información, cada reportaje, se le diera el espacio que realmente merece y no el que te obliga la pantalla de un smarthpone o el pliego de un diario, quizá por ello se han multiplicado los blogs donde lo que se valora casi únicamente es el texto.

Da la sensación de que no nos hemos creído aquello en lo que trabajamos, no los informadores, sino sus empresas, porque por solo 1,10 euros nos han vendido por muy poco, aunque en su defensa está esa cultura del todo gratis.

Por eso espero que, a pesar de esta sociedad tecnificada, podamos volver a saborear las buenas historias, las noticias –es decir, difundir aquello de interés general que alguien no quiere que se sepa, en lugar de llenar los medios de declaraciones que más parecen propaganda- y degustar el buen trabajo de unos profesionales  que ya han sufrido bastante en su dignidad.

Lo dice una persona que después de más de 25 años de profesión se ha pasado al otro lado de la barrera porque pretendía salir de trabajar, al menos en primavera y verano, cuando todavía hubiera luz en el cielo, y vivir al mismo ritmo que muchos de los mortales. Todavía no lo he conseguido porque no es fácil desconectar, pero desde este otro lado de la calle se comprende también mejor la difícil situación que atraviesan muchos empresarios que ahora tienen que encontrar el modo para sin perder dinero –son compañías privadas- lograr defender la marca que durante tantos años ha existido, al tiempo que adecuarse a las nuevas circunstancias marcadas por los nuevos soportes.

Todavía disfruto paseando hasta el quiosco  los domingos por la mañana para hacerme con varios periódicos doblarlos bajo el brazo y leerlos luego tranquilamente. Pese a ello prácticamente me informo por medios digitales y ya he dejado hace tiempo de ver los informativos de televisión. La adaptación es el reto, y ojalá lo consigan por el bien de una sociedad que merece y debe estar informada. Y para ello, todavía, solo confío en el diario de papel.