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Las miradas de Jesús

Probablemente aquellos lectores que viven la Semana Santa con intensidad se han fijado en las miradas de Jesús de estos tres días, desde la Oración en el Huerto hasta la Muerte en la Cruz, muchas reflejadas en los pasos de las cofradías. No se queda en una historia religiosa, sino de amor y desamor, de alegrías y tristezas, de pena. Contempla a Judas, el traidor, a Pedro, el elegido, a Herodes, el jerarca, a María, su madre, a la Magdalena, a los soldados que le escupen mientras le coronan de espinas, a Simón, que vence el qué dirán para ayudarle tras su caída con la Cruz, al buen ladrón, que le perdona, a Juan, junto a María… Son miradas intensas, que salen del corazón, que se representan en la mayoría de la imaginería de los pasos que procesionan en esta Semana.
Como en la procesión de El Encuentro en Burgos en Jueves Santo, donde Jesús camina con la Cruz camino del Calvario y ve a su madre. Refleja muy bien Mel Gibson en su película La Pasión de Cristo todo lo que supone esa contemplación entre una madre y su hijo. Lo entenderán muy bien aquellas que lo son. Cuánto cuesta despedir a una persona a la que tu has engendrado, cuidado y amado durante toda la vida. Y más sabiendo que su muerte será clavado en la Cruz. Imagino a aquellos que sostienen las andas en la plaza de San Fernando desde San Cosme y San Gil rememoran con singular recogimiento esa escena.
Descubrir, también, cómo miraría a Judas, quien le entrega, por unas monedas, a los soldados. Le conmina a que acelere la delación. Pero sufre en la Última Cena cuando le abandona en busca de los romanos. Había sido el que llevaba las cuentas de la vida diaria de los elegidos. O en el Huerto de los Olivos, mientras suda sangre, sabiendo los tres días de Calvario que le esperaban, cómo observa a los apóstoles que le acompañan. Como Pedro, Santiago y Juan se quedan dormidos en Getsemaní durante la espera. Ellos casi no pueden abrir los ojos de tanto cansancio. Y el aguanta.
El mismo Pedro que después le negaría tres veces y que recibiría una mirada probablemente cautivadora, y el más grande entre los discípulos lloró cuando cantó el gallo. O la mirada que Herodes recibiría que le hace lavarse las manos, ya que no encuentra en El causa de muerte. Y se arrepiente. O el Cirineo que le ayuda a levantarse desde el suelo con la Cruz caída, el único que vence los respetos humanos, huidos todos los apostóles.
O la mirada al buen ladrón, también recogido en muchos pasos de Semana Santa. Dimás parece que atracaba a los ricos para recompensar a los pobres. Cómo miraría al Señor para que este le prometiera acompañarle al Paraíso.
Pero quizá la mirada más intensa fuera la que cuando a punto de expirar relata el evangelista que Jesús mira a su madre y mira a Juan. Y le dice al joven apóstol que ahí tiene a su madre, y a María que ahí tiene a su hijo. Fueron sus últimas palabras, sus últimas miradas de tres días que los cristianos rememoran de muy diversas maneras a lo largo de esta Semana Santa.

La última mirada de Jesús

Qué pasaría por la cabeza de Pedro, el primer Papa, al comprobar la mirada de Jesús cuando le negó la tercera vez, camino del juicio de Pilatos. Seguramente sus miradas se habían cruzado muchas veces a lo largo de los tres años en que compartieron su vida. Pero esta fue la última, e hizo que se apartara y llorara amargamente, porque Jesús se lo había anunciado, antes de que el gallo cante me negarás tres veces. Cuánta comprensión, cuánta emoción, cuánto cariño en ese último cruces de mirada. Y seguro que dolor, pero ni un reproche, porque como escribió Pablo, el amor  no lleva las cuentas del mal. Quizá por la cabeza de Pedro pasaron esos últimos años. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Igual que ahora a Francisco.

Son las caricias de Jesús. Son sus miradas que se reflejan a lo largo del Evangelio y que los cristianos volverán a comprobar esta Semana Santa, como la que cruza con su Madre, María, camino del Calvario, o la mirada a Juan desde la Cruz, al que encomienda a su Madre. O la mirada a las mujeres, aquellas que no estaban consideradas en una cultura como la judía entonces. Jesús mira a la Samaritana, de la que tantos se apartan en el pozo de Sicar, y entabla con ella una valiente conversación, todos sus discípulos se sorprenden de ver a su Señor con una pecadora; al poco tiempo, es el único que cruza la mirada con la mujer adúltera, y cuando son muchos los que quieren lapidarla, simplemente les dice que quien esté libre de pecado tire la primera piedra, y todos se marchan. Jesús cura a la suegra de Pedro, a la hemorroisa, a la hija de Jairo. Se compadece de la viuda de Nain, y mantiene una amistad excepcional que Marta y María, las hermanas de Lázaro.

Y a Zaqueo, al que le hace bajar de un sicomoro para hospedarse en su casa, y acaba convencido de que tiene que entregar la mitad de su fortuna a los pobres. Seguro que este publicano no alejó los ojos de Jesús durante toda la visita ¡Qué mirada la de Jesús para alcanzar su conversión!  Y al paralítico al que sus amigos le suben por el tejado para descolgarle en medio de Jesús y que se produzca el milagro. Y cura al enfermo de la piscina que no tenía quien le mirara cada vez que bajaba el ángel a remover el agua. Y al ciego que no ve pero observa en su interior y sale gritando tras acontecer el milagro.

Pero junto a la de Pedro, que luego moriría mártir como el resto de los apóstoles, está también la mirada de un joven, rico dice el Evangelio, que parece una mirada de cariño porque le pregunta al Maestro que ha de hacer para alcanzar la vida eterna. Por las respuestas iba por el buen camino y seguro que Jesús le mira con ternura y le pide lo mismo que a Zaqueo, porque es exigente: vende cuanto tiene y dalo a los pobres. Pero el joven, que podía ofrecer una respuesta, se aleja y apaga su mirada, se retiró entristecido.  También hubo miradas con ira, como la dirigida a los fariseos, ira por la falta de humanidad con el pretexto de observancias religiosas. Una mirada motivada por la desazón y por la ausencia de corazón de sus contemporáneos. Como los mercaderes del templo.

El nuevo Papa también ha seguido la mirada de Jesús, así lo anunció en sus primeras palabras en su mirada a la Creación, en una visión franciscana en relación con la naturaleza, que al Hijo de Dios le hace admirar la belleza de los lirios, el volar de las aves, la variedad cromática de los cielos.

Pero sobre todo, cómo miraría Jesús a su Madre María, para ella fue también su última mirada desde la Cruz.