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Miedo a la muerte

El título de esta columna  lo sugirieron los Javis en una entrevista publicada en un medio de comunicación. “Tenemos un miedo atroz a morir y desearíamos tener la espiritualidad que no tenemos”. Javi Calvo, uno de ellos,  puntualizaba: “La religión es la fe en lo desconocido. Hablo tanto de espiritualidad y de fe porque no tengo ninguna y me aterra el hecho de no tener nada a lo que agarrarme” Javi Ambrossi, que estudió en un colegio de religioso, asegura que tuvo que hacer un viaje de desarraigo de su casa para luego completar el trayecto de vuelta. Ambos han creado, dirigido y están triunfando con ‘La Mesías’ una serie que solo podía salir de su mente, de sus obsesiones y su creatividad.

No se si a ustedes, o a los que se acercan a mi generación, les ocurre. Por un lado, para calcular la edad -que no llega de repente, ya que esto avanza muy rápido- tengo que pensar en el año de nacimiento y descontar del momento actual. Por otro, cuando lees que algo ha pasado hace 10 años. 20  o 27 años como el secuestro de José Antonio Ortega Lara, no te lo acabas de creer, y vuelves de nuevo a calcular. Y ya la tercera es que los demás insistan en que eres joven, y en lo bien que te ven, y más si has perdido unos kilitos… cuando hace treinta con esa edad casi te catalogaban como anciano -ahora les llaman mayores, dentro del pánico a envejecer-.

Puedo ser lozano de espíritu -no lo duden-, logro aparentar menos edad de la que tengo -tampoco desconfíen- y es cierto que todavía (si la estadística se cumple) me restan algunos años para pasar a la otra vida. Y se sigue manteniendo aquello de que si al levantarte de la cama por las mañanas no te duele algo de tu cuerpo es que estás muerto. Le acontece a Rafael Nadal y nos sucede a cada uno. Doctor Google nos ha hecho mucho mal al describirnos cada uno de nuestros males físicos.

En un reciente reportaje de un suplemento dominical el titular decía: ‘La muerte ha sustituido al sexo como un nuevo tabú’. Recuerdo en mis años de Diario de Burgos un texto que comenzaba: ‘Definitivamente no se…’ Le rebatí al autor que lo único definitivo era la muerte, aun así, insistió en publicarlo y efectivamente no acertó. Era un riesgo pensar que hay algo definitivo en un mundo cambiante. Con la muerte sí. Nos tocará a todos, y aun así se ha convertido en un tema incómodo, tabú.

Comienza el tabú cuando los padres se plantean si sus hijos pequeños deben asistir al funeral de los abuelos. Duele mucho cuando un padre sobrevive a un hijo. Y sobre todo cuando amas a la persona que te ha dejado, y comienzas a arrepentirte de algunas cosas que no llegaste a compartir.

Creer en el más allá, en que hay una vida eterna… no es fácil, ni, aunque tengas una fe que se pueda cortar. Es mucho más difícil que comprender cualquier verdad humana. Si eres creyente es más importante en este caso la esperanza que la fe. Y además confías en que Dios es un Dios que perdona y al final dejaremos solo al diablo en el infierno. Y si no… claro que todos tenemos un deseo de eternidad, y cómo se plasma esa aspiración: ni ojo vio, ni oído oyó, prometen en el Evangelio.

Probablemente, el miedo a la muerte nos acompañe siempre en nuestra vida. Es igual que la soberbia, nos moriremos con ella. Así que lo mejor es mantener una buena relación . Todavía rememoro a la primera persona que vi fallecida. Estaba en una salita del colegio y por ahí pasamos todos los alumnos en fila para despedir al padre jesuita, yo estaría en quinto o sexto de EGB. Esa imagen la tengo grabada, aún más la de mis padres antes de ser incinerados, la de alguno de mis amigos. A los dos abuelos no los conocí, a una abuela casi tampoco… suelen ser los primeros que nos abandonan.

Nos da miedo el dolor, el no poder superarlo, y también que otros sufran por nosotros. Revivo a mi madre decirme que la lleváramos a una residencia porque no quería causarnos molestias…¡A sus hijos! Cuando falleció mi padre tardé un tiempo en darme cuenta que no había hablado lo suficiente con él.

No ocurrió con mi madre, rectifiqué, me sentaba al borde de la cama y escuchaba y conocí muchas historias de las que nunca habíamos hablado. De su dura vida de infancia, de los sacrificios que hicieron, con su padre guarda en un monte en Palencia y su madre bajando los bocadillos a sus hijas que subían desde el colegio a cogerlos.

También esos meses, esos años cuando tienes un diagnóstico grave sobre ti o sobre una persona querida, pueden ser momentos honestos, afectuosos, divertidos, inocentes, benéficos para el cuerpo y el alma.

En la Edad Media, la muerte era tan cotidiana que ocupaban los cementerios el centro de las ciudades. El nuevo tabú lleva, como ocurría con el sexo, a prohibir hablar de ella, prohibido verla, prohibido pensar. Ahora bien, que les digan a los que encabezan las listas de Spotify que no hablen de sexo…

Tenemos que repensar qué mensaje enviamos por WhatsApp para dar el pésame a una persona. Y solo se nos ocurre publicar en Twitter que acabamos de perder a un familiar muy cercano para anunciarlo. Descarnado. Como contar a tus hijos que el abuelo ya no va a volver.

Tampoco la Iglesia la ha afrontado este asunto de cara, había miedo al pecado y a las llamas del infierno. ¿No sería mejor abordarlo como un tránsito a la felicidad?

Un buen amigo, científico y escritor, en la dedicatoria de su último libro me escribía: Para Antonio Mencía, que no se jubilará nunca porque es eterno.  Un deseo de eternidad con el que nacemos. Ojalá no pierdan esa pasión por el conocimiento de Juan Luis Arsuaga. Sabiendo que esta vida no es eterna, pero que eso no impida vivirla y  seguir sorprendiéndonos. Este año 2023 fallecieron mis últimas dos tías vivas, hermanas de mi madre, residían a miles de kilómetros y apenas las había visto. Formaban parte de la emigración de Castilla de los sesenta. En Suiza, en Alemania, formaron una familia y fueron felices. Las cuatro hermanas a pesar de la distancia se mantenían muy unidas.

Ahora, cuando ya no hay padres ni tíos, te das cuenta de que eres de los primos mayores, y toca coger el relevo, la siguiente generación, y nos toca no tener miedo a la vida, ni tampoco a la muerte.

La edad de oro

El principal tema por el que me encuentro satisfecho con el ‘nombramiento’ de Alberto Núñez Feijooo –pongan ustedes el acento donde quieran- es que será presidente del PP con  60 años. Vamos, de mi promoción, y está como un chaval, cosa que no todos podemos decir, salvo que comencemos a leer libros de autoayuda para cada vez que nos ponemos delante del espejo, como le pedía Herrera a Rajoy, y reflexionemos sobre lo que hemos pasado y lo que nos resta por transcurrir, seamos conscientes de que seguimos vivos.

El hecho de que Núñez lidere la formación de centro derecha puede servir de acicate para aquellos que todavía pensamos que la década de los sesenta debe ser una particular edad de oro, además de la de la jubilación, si es que nos dejan.

La muerte sigue siendo un tabú, y confío en que el libro que acaban de escribir Arsuaga y Millás (La muerte contada por un sapiens a un neandertal)  y que se presentó en el Museo de la Evolución sirva para ‘normalizarla’ si es que es posible utilizar este verbo para una situación tan trascendente, porque aunque sea un hecho natural hay numerosas maneras de afrontarla, y más en estos momentos, con una nueva guerra retransmitida en directo pero donde el número de fallecidos nunca se conocerá realmente para no menguar la actitud de los soldados, ni de la población. Y la imagen de aquellos que han vuelto a su patria para defenderla de la invasión  del enemigo.

Recientemente una mujer me preguntaba si iría al campo de batalla si agreden a tu país. Ella me dijo que sí. Uno particularmente no se ve en forma para ello, y tampoco sabe si merece la pena, pero habría que situarse en ese momento realmente para confirmarlo.

Dicen Arsuaga y Millás que no nos planteamos la eternidad, sino que nos preocupa que nos duelan las muelas, los juanetes… o enfermedades como la osteoporosis o el cáncer. Hay enfermedades de hombres y de mujeres que comienzan a manifestarse a partir de los 50 cuando comenzamos a envejecer, y eso puede ser un ejemplo.

Este debate ha generado también otro, el de cuándo somos mayores, viejos, veteranos… o como decía uno de mis sobrinos hace años, más pequeño, al visitar Atapuerca: hombres antiguos. Hace cuarenta años, confirmar que tenías 60  significaba que ya estabas en esa tercera edad a la que no se quería llegar. Ahora, por miedo a envejecer el que te lo dice, insiste en que eres joven, aunque estés empastillado varias veces al día. Vale, la media de nuestra vida se está alargando, pero ¿merece la pena?

Con el tabú de la muerte, con el miedo a que llegue –del que nadie nos escapamos- ni nos lo planteamos, pero es necesario dar un sentido a nuestra vida, mejor tarde que nunca. No estamos aquí por azar, ¿o sí? Varias veces le he oído a Arsuaga una reflexión de Voltaire (al que cita mucho) y es que espera de Dios, al final de la vida, que haga su trabajo, que es perdonar. Yo también lo espero.