España llora

Recuerdo los primeros días de salida a las ventanas y balcones. Todavía no empezaban a llegar las noticias de los fallecidos por el virus, de los ingresados en hospitales o en las UCIs, del esfuerzo real de nuestros sanitarios, que ha llevado a que miles de ellos estén contagiados, de todos aquellos que están luchando frente a la pandemia. O de las decenas de miles de personas en toda España que supuestamente han pasado el contagio aislados en sus casas, con la preocupación y ocupación que eso supone para quienes les acompañan. Ahora, cada vez que me asomo a las ocho de la tarde, las ideas se agolpan y cada aplauso va para millones de personas, desde aquellas mujeres que fabrican mascarillas en sus casas, o los floristas que reparten claveles a la puerta de los hospitales, o los pasteleros que hacen llegar sus productos a las residencias de ancianos, o de aquellos que han escrito a los enfermos para que intenten, al menos durante unos minutos, alejarse de su soledad.  Y se escapa una lágrima.

He visto una fotografía del alcalde de Burgos colgando un lazo negro en el balcón de la Casa Consistorial. Le aplaudo. Porque otro de los temas que me sorprenden, también cada día, es la forma en que hemos tratado a nuestros muertos, muchos de ellos mayores, en algunos casos como si tuvieran la culpa de llegar a esa edad. Confieso que ahora veo las esquelas en el periódico y me fijo especialmente en los años que tienen los fallecidos y se me escapa una oración por cada uno de ellos. Tenían que estar todas las banderas de nuestro país a media asta o con un crespón negro. No podemos acostumbrarnos a perder cada día centenares de ciudadanos, muchos de ellos vecinos, con los que quizá nos hemos cruzado en algún paseo, o familiares a los que no pudimos ni despedir. Merecen un homenaje también nuestros ancianos, que se esforzaron en sacar este país adelante.

He pensado también mucho en mis padres, ya no están con nosotros desde hace algún tiempo, pero me imagino cómo lo hubiera pasado si todavía se encontraran en este tiempo. Y me acuerdo también de lo que deben estar sufriendo mis amigos con los suyos si todavía viven. Y también se me escapa una oración por ellos, y un aplauso a las ocho. Veo a los miembros de nuestro Gobierno cansados, pero no parecen mostrar ni un ápice de sentimientos. No pasa nada porque oficialmente España esté de luto durante el confinamiento. Nada. No nos impide tampoco intentar seguir disfrutando de las cosas, de ese mundo de la Cultura tan denostado por la ministra de Trabajo, que, junto al Ocio y al Turismo, pretende dejarlos encerrados hasta finales de año, con la anuencia de su titular ministerial, que todavía no ha dicho ni esta boca es mía.  Pero de eso ya hablaremos en otro momento.

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