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Educa ¿qué?

No creo que sea el mejor sistema para subir el nivel de la educación en España permitir que un alumno obtenga el título de la Educación Secundaria Obligatoria con una nota media menor que 5 y dos asignaturas suspensas, teniendo en cuenta sobre todo cómo se ha implantado la ESO en nuestro país que casi implica aprobados seguros. Casi que me gusta más la ley anterior, del denostado Wert, que este bodrio de educación pública que quieren instaurar en la piel de toro.
Si estuviéramos ante estudiantes que se enfrentan a la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y les dicen que pueden pasar curso con dos suspensos podría llegar a entenderlo. Pero que a unos chavales de menos de 16 años, que lo que tienen que hacer fundamentalmente en esos años es hincar los codos, que pueden pasar al Bachillerato con dos suspensos y una nota de 4,17 es la incitación mayor a la pereza y el vagueo para aquellos que tampoco van con muchas ganas con unos libros bajo el brazo.
Así este país no sale adelante. Si faltara poco hay más puntos que están intentando consensuar los políticos para una nueva Ley de Educación, que con tantas cesiones por tantas partes va a convertire en la peor de todas. No creo que este sea el camino. Aunque parece que han sido las comunidades autónomas las que han solicitado que no es necesario superar el 5 para tener la ESO. Y luego se quejaran de que están mal calificadas en el informe PISA.
Qué pretendemos transmitir a las futuras generaciones. La solución no está en que aquellos que no aprueban a la primera pasen de curso, sino dedicarles tiempo y transmitir los valores de la cultura del esfuerzo. Alegarán estos nuevos ‘ingenieros educativos’ que no hay presupuestos para ese tiempo tan necesario entre algunos escolares. Que no se pueden poner profesores especializados, ni psicológos. Es posible. Pero cuando los alumnos ya insultan a algunos profesores en las aulas, y no ocurre nada con ellos, ni sus padres les llevan la contraria, algo está pasando en la educación española.
Cuentan que en los países nórdicos, aquellos que tienen estadísticamente los mejores niveles de enseñanza, los maestros están igual de valorados que los médicos, pero no solo en el estatus social, y en el respeto, sino también en los salarios que reciben. Aquí, en España, pensarán que con tres meses de vacaciones ya van bien pagados. Y puede que no les falte razón y lo que haya que reducir sea tanto día libre y aumentar las pagas. Pero la educación es fundamental para que este país en el que vivimos sea competitivo. Quizá sea una chorrada lo del suspenso en la ESO, pero no deja de mostrarnos un camino pernicioso.
Y frente a ello todavía hay miles de profesores estresados que cada día se enfrentan con chavales a los que estudiar les importa un bledo. No son mayoría estos, por eso son a los que hay que dar menos importancia y facilidades.

Las miradas de Jesús

Probablemente aquellos lectores que viven la Semana Santa con intensidad se han fijado en las miradas de Jesús de estos tres días, desde la Oración en el Huerto hasta la Muerte en la Cruz, muchas reflejadas en los pasos de las cofradías. No se queda en una historia religiosa, sino de amor y desamor, de alegrías y tristezas, de pena. Contempla a Judas, el traidor, a Pedro, el elegido, a Herodes, el jerarca, a María, su madre, a la Magdalena, a los soldados que le escupen mientras le coronan de espinas, a Simón, que vence el qué dirán para ayudarle tras su caída con la Cruz, al buen ladrón, que le perdona, a Juan, junto a María… Son miradas intensas, que salen del corazón, que se representan en la mayoría de la imaginería de los pasos que procesionan en esta Semana.
Como en la procesión de El Encuentro en Burgos en Jueves Santo, donde Jesús camina con la Cruz camino del Calvario y ve a su madre. Refleja muy bien Mel Gibson en su película La Pasión de Cristo todo lo que supone esa contemplación entre una madre y su hijo. Lo entenderán muy bien aquellas que lo son. Cuánto cuesta despedir a una persona a la que tu has engendrado, cuidado y amado durante toda la vida. Y más sabiendo que su muerte será clavado en la Cruz. Imagino a aquellos que sostienen las andas en la plaza de San Fernando desde San Cosme y San Gil rememoran con singular recogimiento esa escena.
Descubrir, también, cómo miraría a Judas, quien le entrega, por unas monedas, a los soldados. Le conmina a que acelere la delación. Pero sufre en la Última Cena cuando le abandona en busca de los romanos. Había sido el que llevaba las cuentas de la vida diaria de los elegidos. O en el Huerto de los Olivos, mientras suda sangre, sabiendo los tres días de Calvario que le esperaban, cómo observa a los apóstoles que le acompañan. Como Pedro, Santiago y Juan se quedan dormidos en Getsemaní durante la espera. Ellos casi no pueden abrir los ojos de tanto cansancio. Y el aguanta.
El mismo Pedro que después le negaría tres veces y que recibiría una mirada probablemente cautivadora, y el más grande entre los discípulos lloró cuando cantó el gallo. O la mirada que Herodes recibiría que le hace lavarse las manos, ya que no encuentra en El causa de muerte. Y se arrepiente. O el Cirineo que le ayuda a levantarse desde el suelo con la Cruz caída, el único que vence los respetos humanos, huidos todos los apostóles.
O la mirada al buen ladrón, también recogido en muchos pasos de Semana Santa. Dimás parece que atracaba a los ricos para recompensar a los pobres. Cómo miraría al Señor para que este le prometiera acompañarle al Paraíso.
Pero quizá la mirada más intensa fuera la que cuando a punto de expirar relata el evangelista que Jesús mira a su madre y mira a Juan. Y le dice al joven apóstol que ahí tiene a su madre, y a María que ahí tiene a su hijo. Fueron sus últimas palabras, sus últimas miradas de tres días que los cristianos rememoran de muy diversas maneras a lo largo de esta Semana Santa.

Azules y rojos

Disculpen que les cuente brevemente una historia familiar, mejor dos. Una, la del hermano de mi abuela, Epifanio Sierra, un joven nacido en un pueblo del norte de la provincia de Palencia: San Martín de los Herreros. Que quiso ser Pasionista y que el 21 de julio de 1936 vivía en el convento de Daimiel. De ahí le sacaron junto a 25 compañeros suyos, todos muy jóvenes -Epi tenía 20- y les ‘pasearon’ durante bastantes horas hasta que les subieron a un tren, les volvieron a bajar y en unas horas les fusilaron a todos.
La otra historia es la de Deme, el abuelo de uno de mis mejores amigos. Durante la contienda civil mantuvo su pequeña vaquería en el norte de Asturias, que dio de comer a soldados de uno y otro signo, pese a ello nadie salió en su defensa y el abuelo de mi amigo Gonzalo también acabó en una cuneta por alimentar a los vencidos y salvar vidas ayudando a algunos a huir.
Epifanio y Deme solo hicieron el bien. Eran hombres buenos. Como cientos que acabaron como ellos y que merecen una memoria digna. Tanto Gonzalo como yo nos enteramos de la vida de nuestros antepasados ya con más de 30 años. Supongo que nuestros padres quisieron que olvidáramos una etapa de la historia de España que nos enfrentó y que todavía no ha sido superada. Yo me enteré de la corta vida de mi tío abuelo porque le beatificaron junto con varias decenas de mártires de la Guerra en Roma. Gonzalo por el homenaje que le hicieron a su abuelo los viejos republicanos. No pude ir a la beatificación -fueron mi madre y mi hermana- pero sí al homenaje. Estoy seguro que si Epi y Deme se hubieran conocido se habrían hecho buenos amigos. No había odio en su vida que les apartara del otro y su fin era ayudar a los demás.
Sin embargo, han pasado casi 80 años del final de ese maldito enfrentamiento y algunos siguen insistiendo en azules y rojos, en nacionales y republicanos, cuando ya estamos llegando al final de las ideologías, al menos como las conocemos hasta ahora.
Aunque España siempre ha sido tierra de bandos. Unos a un lado y otros al contrario: moros, comuneros, afrancesados, carlistas, monárquicos y republicanos, nacionalistas… Por poner unos ejemplos. Lo llevamos en los genes. Quizá tantos intentos de conquista nos hizo elegir a lo largo de nuestra historia. Pero me cansa.
Confieso que soy creyente, y respeto mucho a los que no lo son y me respetan a mi como yo lo hago con sus ideas y sus personas ,por eso es fácil imaginarme a Epifanio y a Deme en el cielo junto a un porrón como dos buenos amigos junto a mis abuelos y el resto de abuelos de Gonzalo.