Archivo por meses: septiembre 2011

Eso que llaman productividad

Tengo una amiga, Ana Pérez, que vive en Hong Kong; se fue hace cuatro años y allí sigue. Era hasta ayer, que la echaron, la corresponsal de la cadena Cope para Asia, y trabajaba mucho, se lo puedo asegurar. Antes de irse a HK pasó una estancia en Escocia, para perfeccionar su inglés, con los ahorros que le quedaban de su trabajo de los meses como periodista al poco de terminar la carrera. Regresó a España pero visto el panorama que se presentaba buscó trabajo y encontró una corresponsalía en la otra parte del mundo. Su inglés avaló su tarea (aunque no crean, le pagaban por las crónicas que envíaba), y ahora estudia chino, hace yoga e incluso tiene un blog, Made in China, que merece muchísimo la pena.
Si Ana se entera que voy a escribir de ella, me funde con la mirada. Pese a su profesión, que le obligaba a salir en la radio casi todos los días, es tímida. Sin embargo, cuando regresa a España, un par de semanas o tres al año, y lo acaba de hacer, su conversación fluye al preguntarle sobre Hong Kong, sobre China, sobre Corea, sobre países de Asia que ella conoce y compararlo con la actual situación en su país, que es el mío, España. Y lo que más le sorprende es la diferencia en la capacidad de trabajo, eso que llaman productividad, entre ambos lugares. Vaya, casi lo mismo que el pasado jueves, un estudiante chino decía en una breve declaración en las páginas de este mismo periódico, cuando le preguntaban por las diferencias entre su país y el nuestro: Aquí la gente trabaja menos, vino a manifestar.
Y llevaba solo unos días entre nosotros. No quiero decir -después de haber defendido, por ejemplo, hace unas semanas el esfuerzo de maestros y profesores- que le de la razón al joven asiático, pero sí deberíamos plantearnos por qué somos tan diferentes que el resto de los países, incluso de muchos europeos, donde la tasa de paro es mucho más baja que en España. Dónde radica el problema. Ese mismo día Diario de Burgos recogía las opiniones de varios empresarios emprendedores y se lamentaban también de que había que encontrar estructuras más ágiles y más competitivas. Spain is different!, pero no se puede vivir solo del turismo, a pesar de las grandes cifras de este año, menos, según los hosteleros, en Burgos, donde todo es negativo.
Habrá que darle vueltas, digo, a la productividad, que la Academia ya define como relación entre lo producido y los medios empleados, tales como mano de obra, materiales, energía… y que desde luego es la base, pero como punto de partida no es suficiente. Si es verdad que estamos ante la generación de jóvenes mejor preparados de la historia, adelante, es vuestro turno.

Premios Príncipe de Asturias

Hoy permitan que mire para mi tierra de nacimiento para unos premios, los Príncipe de Asturias, que este año son extraordinariamente destacados precisamente por la personalidad de los galardonados.  Y es que han acertado en todos, o quién duda del etíope Haile Gebrselassie, que debía recorrer todos los días 20 kilómetros para acercarse a la escuela, y que ha sido un ejemplo de tenacidad en todas y cada una de las carreras que ha disputado, en una vida no precisamente fácil; o de los 50 voluntarios de Fukushima que trataron de evitar con su sacrificio que se extendieran las consecuencias del terremoto de Japón por el resto de territorio ofreciéndose para vigilar toda la situación de la central nuclear. O la Royal Society, con más de 350 años de antigüedad, y que sigue siendo un centro de investigación y divulgación de primer orden, y que tuvo, por ejemplo, a Helmut Newton como uno de sus presidentes.

Más premiados de este 2011, y que recibirán la estatuilla en apenas unas semanas, son Joseph Altman, Arturo Álvarez Buylla y Giacomo Rizzolatti, considerados referentes mundiales de la neurología por haber proporcionado pruebas sólidas para la regeneración de neuronas en cerebros adultos. Sus investigaciones han abierto esperanzadoras vías a una nueva generación de tratamientos para combatir enfermedades neurodegenerativas o asociadas al cerebro, como el Alzheimer, el Parkinson o el Autismo, precisamente aquellas enfermedades que nos hacen perder en cierta manera nuestra relación con el mundo exterior.

Tampoco podemos olvidar a otro de los distinguidos, Bill Drayton, que ha apoyado a más de 3.000 líderes emprendedores de más de setenta países.  La idea sobre la que se basa Drayton es que los retos de la sociedad necesitan que cada persona pueda ser protagonista del cambio, desde cualquier ámbito, ya sea global o local. Partiendo de la base de que cada uno tiene la bondad, capacidad y responsabilidad básicas para contribuir a las soluciones necesarias. Y miren si no faltan emprendedores como él en este planeta.

Como ven, son todos referentes en un mundo que cada vez necesita más héroes como los de Fukushima.  Faltan dos de los premiados, Riccardo Muti y Leonard Cohen, a quienes les debemos una música que transciende más allá de los sentimientos.

Que quieren que les diga. A mí también los premios me llegan al corazón, solo tienen que detenerse a escuchar en silencio a decenas de gaitas tocar el Asturias Patria Querida cuando los Príncipes se despiden del auditorio. En esos momentos, con el corazón en un puño, echo de menos que Castilla no tenga también su himno.

Ciudadanos

¿Trabajamos para vivir o hemos acabado viviendo para trabajar? ¿Hemos creado una sociedad que si preguntamos a sus ciudadanos responderían la mayoría que no les gusta? Y solo cuando escuchan a personas como Gandhi, Luther King -I have a dream- o intentan comprender la ilusión de un millón y medio de jóvenes que gritan, cantan y se mantienen en un perturbador silencio cuando muestran su respeto ante Cristo, demuestran que todos podemos ser mejores.

Pertenecemos a una sociedad adormecida en la que apenas un puñado de indignados ha logrado medio despertar, pero confío en que el empeño no haya sido vano. Nos hemos acostumbrado, esta vieja Europa, a convivir con más de cinco millones de parados sin levantar la voz, apenas un susurro.  Sorprende con la juventud de Iberoamérica o Asia, donde aún con sus problemas, muestran un cierto renacer. Este rancio y antiguo continente apenas encuentra soportes donde apoyarse, y aquellos que les deberían ser útiles son desterrados.

Buscamos medios –ley de dependencia- para mantener a nuestros mayores o incapacitados porque nosotros no podemos, no queremos, o hemos sido incapaces de crear una comunidad donde atenderles. Somos conscientes de que la familia está siendo clave en esta crisis económica, que es también una crisis de valores, y nos empeñamos en arruinarla. Y a poco que nuestra compañera o compañero nos mire con desaire, se acabó la convivencia.

Nos dicen que hay que mantener una calidad de vida que solo sirve a los pudientes, y cuando se habla de la ley del esfuerzo, de la competitividad miramos hacia otro lado porque estamos hartos de que llegue la hora de finalizar el trabajo y haya desaparecido la luz del sol.

Es verdad que muy pocos sinceramente están de acuerdo con sus jefes, pero es la misma proporción que está en desacuerdo consigo mismo, que busca algún líder y no lo encuentra a su alrededor, que todos aquellos que van surgiendo se acaban convirtiendo en un bluf, y que buscar la verdad se ha convertido en una entelequia o si acaso en una predicación de unos cuantos a los que acusamos de visionarios.

No existe ni la fidelidad –se rompen matrimonios, uniones o parejas a más velocidad que los que se forman-, ni la lealtad, en medio de un reino donde la mentira ha asentado sus reales posaderas.

Al final, solamente nos queda el carpe diem, porque somos incapaces de mirar, de contemplar, de admirar tantas cosas buenas, tantos héroes anónimos, tantas vidas entregadas. A veces me gustaría sentarme en medio de la Galería de los Homínidos del Museo y pensar hacía dónde estamos caminando. Lo siento.

Mi madre es maestra

Mi madre es maestra, jubilada, pero maestra. Todavía, en su silla de ruedas, acude a la tertulia semanal que en el viejo café Dindurra mantienen en Gijón también maestras como ella. Y siempre, en la educación que nos daba, se notó su talante, su capacidad de organización, su premio del esfuerzo y su generosidad. Únicamente, los años en que los cuatro hermanos todavía necesitábamos de sus cuidados, dejó su vocación para dedicarse a su devoción: sus hijos.

Y regresó de nuevo al colegio. Al que le tocó, a pesar de estar lejos de casa, cuando esos churumbeles crecieron. Y siempre venía por las tardes cansada, con los trabajos para corregir debajo del brazo. Nunca pensó que si 18 ó 20 ó 24 horas lectivas eran las necesarias u obligatorias, quemó muchas más en unas naves que no siempre le acompañaron. Insistentemente se entregó a sus pequeños, como ahora se rinde, enferma y alegre, a sus nietos, respetando la educación que le están ofreciendo sus padres –mis hermanos-, que son los principales educadores.

Mi padre también se dedicó a la enseñanza, aunque desde la gestión, como jefe del negociado de alumnos de la Universidad Laboral de Gijón; durante más de 30 años pasaron decenas de miles de colegiales bajo su responsabilidad. Todavía cuando muchos vienen a Burgos y se encuentran con mi nombre y apellidos me alaban el trabajo de mi progenitor y me hacen llorar en silencio, por lo que se desvivió por ellos, muchos hijos de familias con pocos recursos que acudían a estos centros a recibir una educación a la que nunca habrían llegado, y que por ello, porque son bien nacidos, son agradecidos.

Por eso no me gusta que hablen mal de los maestros, que les critiquen en la Comunidad de Madrid porque dicen que no quieren dar 2 horas más de clase, pasar de 18  a 20, y no cuentan el resto de sus trajines, el esfuerzo que realizan –ya quería yo ver a muchos de los que hablan cuatro o cinco horas diarias frente a una panda de adolescentes, defendidos por sus padres- y lo que sufren, porque se angustian, y mucho, hasta llegar al estrés, cuando no les atienden. Estamos en crisis y a todos nos está tocando apretar el cinturón –me parece estupenda, por cierto, la decisión de la Junta de Castilla y León en su apuesta por mantener la inversión en educación-, pero la enseñanza es clave para el futuro de nuestra tierra, y nos jugamos ahora el mañana. Cuando toque revisar el gasto, por favor, no toquen la educación, ni la pública, ni la privada. Hay decenas de miles de personas que han dejado y se están dejando la piel por ella. Por nuestro futuro.