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No es país para viejos

No es país para viejos, salvo para el voto. O eso pudiera parecer. Son más de 9 millones de mayores –ya no se sabe cómo llamar a aquellos que superan los 70 años, si ancianos, viejos o mayores, por señalar tres posibles sinónimos- los que viven en nuestro país, son muchos, representan un alto porcentaje de la población y si se pusieran todos de acuerdo lograrían una mayoría suficiente y probablemente absoluta en cualquier elección a la que se presentaran. Lo incoaron en algún momento, pero nunca se ha llevado a cabo esta opción, por eso en las campañas electorales son el objetivo de muchas miradas, de subidas de pensiones en momentos claves o de guiños que luego se los lleva el viento.

Asistimos ahora a una campaña en favor de que nuestros mayores sean atendidos como se merecen después de haber trabajado toda su vida, y llevado a los bancos y cajas la mayoría de sus ahorros. Las entidades financieras –pareciera más bien que antes que defender a nuestros veteranos se quiere espolear a aquellas- están buscando la manera permanentemente de reducir sus costes y esto se dirige a través de una actividad menos presencial y más telemática en cajeros o desde su hogar. Pero si el que este suscribe apenas logra manejar bien el mando a distancia del televisor de su casa, y no siempre con éxito, cómo vamos a pedir a una persona acostumbrada todos los meses a acercarse al banco a sacar algo de su renta, para seguir viviendo con sobriedad y ahorrando para sus herederos, lo haga en un artefacto donde lo primero que tienes que optar es entre el débito o el crédito de tu tarjeta si no quieres que se lleven de primera mano una deseada comisión.

Y, sobre todo, los que son conscientes del papel de los mayores sus hijos cuando tienen que ejercer el papel de abuelos. ¿De cuántos problemas les habrán sacado para ocuparse de los nietos en esta sociedad que no está pensada precisamente para conciliar la vida familiar con la laboral,  y de lo que poco logramos escuchar en propuestas políticas?

Pero fueron también los primeros que sufrieron la pandemia en las residencias.  Los que nos fueron dejando por miles. Los que no pudimos despedir. Eso sí, son los que más se han vacunado, más han procurado no contagiar, más tiempo  han pasado en sus casas y más han sufrido por sus hijos, nietos o bisnietos, y probablemente los que más hayan rezado por el resto del mundo, y a ellos les vale.

En ‘No es país para viejos’ el libro que escribió Cormac McCarthy y llevaron al cine con éxito los hermanos Coen todo nos lleva a que los valores que manejaban los ‘veteranos’ ya no son asumidos en un mundo decadente donde parece que triunfan los malvados como Chigur o los depravados como Moss, aunque siempre nos queda la esperanza, y nuestros ancianos son habitualmente los que más acopio hacen de ella. Y, por cierto, a partir de qué edad somos ahora mayores.

145.000 mayores solos

No es la primera vez que esta Página Par aborda el tema de la soledad de nuestros mayores. Ni desgraciadamente será la última. Vivimos más años,  supuestamente nos cuidamos más, pero nada más y nada menos que 145.000 personas mayores se encuentran en situación de soledad en Castilla y León. La noticia que leía hace unos días en este periódico señalaba que era un desamparo ‘no deseado’ a pesar de que aumentan los singles, las separaciones, les aseguro que con los años crecen las manías (calculen que cada 10 años sumamos una, pero solo se dan cuenta quienes nos conocen y además no se atreven a decírnoslo y cuando lo  hacen ya es tarde), y nos aguantamos menos. No queremos el aislamiento, pero nos lo buscamos a conciencia a veces.

Y no han salido bien parados los ancianos de esta pandemia que todavía nos tiene ocupados. Han perdido muchos a personas con las que habían convivido casi toda su vida. Todavía tienen miedo para relacionarse. Las circunstancias vitales van cambiando y  la gran mayoría disfrutan de su familia con poca frecuencia. No hay plazas en residencias accesibles económicamente, y realmente donde un anciano quiere vivir es en su casa, en la que conserva sus recuerdos y sus sueños.

Parece que la Junta de Castilla y León ha diseñado un plan estratégico contra esa soledad no deseada y el aislamiento social y al que dedicará más de 100 millones de euros. Que nuestros políticos detectan los problemas en la mayoría de los casos es evidente, otro asunto es si hay soluciones para los mismos. Y hablamos en una zona de España con una densidad de población en algunos territorios similar a la de Laponia. Me gusto de Fernández Mañueco que les dijera en un encuentro con los mayores para hablarles de este plan que ‘Nunca caminaréis solos’:  si nuestros próceres les acompañan como la afición del Liverpool a su equipo, en las duras y en las maduras, podremos fiarnos sino no me atrevería ni a hacer una sola propuesta en para ese plan.

No es fácil la solución. Hay ONGs en Burgos –en entidades sociales o en parroquias- que acompañan a las personas solas, que en ocasiones lo que necesitan es un rato de conversación o una sonrisa, a personas que lo han dado todo y se  van quedando en el camino.

A los que somos unos nostálgicos, a veces por la tarde aburrimos a nuestros compañeros mientras trabajamos escuchando a Alejandro Sanz, Serrat, Sabina o Melendi. Pero saltarse la soledad a la torera no es tan fácil.

El Ministerio de la Soledad

El Instituto Nacional de Estadística cuantifica en 4,7 millones los hogares unipersonales que hay en España, de ellos, dos millones son de personas mayores de 65 años; existen también 850.000 que superan los 80 años –a los que toca vacunarse ahora, sí- y muchos presentan problemas de movilidad.

En Gran Bretaña son nueve millones de individuos los que viven solos. Allí llegaron a crear, bajo el mandado de Theresa May, una Secretaría de Estado dedicada a la Soledad, ahora incluida en otro departamento; pero en Japón ha sido recientemente, hace apenas unos días, cuando han anunciado la formación de un Ministerio, acuciados por los problemas de aislamiento social que ha traído la pandemia, en un país donde el suicidio causa un mayor número de muertes que el coronavirus. Recientemente en Burgos, al arzobispo Iceta le escuché que la soledad era una auténtica epidemia,  y no le falta razón.

Y además, no es lo mismo vivir solo que sentirse solo. Hace unos meses en esta Página Par aludía a las asociaciones que se iban creando para aliviar tanta soledad, hacer visible tanta invisibilidad, acompañar aunque solo sea un día a la semana. Los obispos también recordaron  en 2020 en un documento: «Una de cada tres personas dicen sentirse solas en nuestro mundo occidental. En una sociedad de la información y los meta datos, pueden darse situaciones particularmente dolorosas: hombres o mujeres que mueren solos en sus casas y tardamos semanas en descubrirlo. Y el número de personas que sufren la soledad no deja de crecer».

Vivir solo puede ser también una elección, pero a medida que pasa el tiempo, que los años pesan, se asume que  también es un problema. Sentirse solo puede acabar en una depresión, y las enfermedades mentales, aunque no generen aparentemente problemas físicos, son muy duras, no solo para el que las padece sino para sus acompañantes.

Nuestra sociedad está dando un giro a un modelo más individualista, lo que no está claro es que esas circunstancias nos mejoren, algunos expertos lo califican como un problema de salud pública. Frente a ello habría que fomentar la participación, la convivencia, la vida social… Que las familias como protectoras de sus miembros tengan una especial salvaguarda.

No sé si a ustedes de las miles de imágenes que se han generado durante todos estos meses les ha quedado alguna grabada, probablemente sí. No dejaré de recordar aquellas que tienen que ver con padres e hijos, con abuelos y nietos, incluso un anuncio donde dos vecinos abren las puertas de su casa para compartir una cena. Ver a través del cristal al yayo o la yaya se quedará grabado probablemente en la vida de esos pequeñajos, y fácilmente –vamos a sacar una lectura positiva- no les dejarán solos cuando llegue el momento de la enfermedad  o la separación.

 

 

Solos

No hace mucho tiempo, un trabajo del Instituto Nacional de Estadística señalaba que en 2030, el año de la famosa Agenda, y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, habrá en España 5,5 millones de hogares unipersonales, que supondrán aproximadamente el 30 por ciento del total de los mismos.

Intuyo que serán unos cuantos más. La cifra asciende a 11,7 millones cuando se cuentan los hogares en los que vivirán una o dos personas, la gran mayoría ancianos, aunque la tendencia al individualismo que viene marcando nuestra sociedad, al menos la europea occidental, también suman adultos de cualquier edad. A ciertas edades comenzamos a sumar manías y nos da miedo compartirlas. Tengo un amigo que con cada década dice que hay que sumar una, a los cuarenta tendrías 4 significativas, a los cincuenta 5, y así sucesivamente.

Estos años estamos viendo, los que pertenecemos más o menos a la misma generación, que uno de los principales empeños que nos tocan es la atención a nuestros mayores, que aunque se valgan por sí mismos, y  no son estos el mayor número, también se van deteriorando y además necesitan el cariño de sus familias. Pero no es fácil. Vivimos desplazados en muchas ocasiones de la residencia familiar. Sumamos otras obligaciones. La edad avanza. Recientemente un buen amigo se prejubilaba en unas buenas condiciones, y uno de los asuntos que me recordaba que haría sería atender mejor a sus padres, que en la situación laboral que se había encontrado hasta ahora no había sido fácil.

Pero cuántos de ellos viven en soledad porque no tienen nadie a quién acudir. Y solo unos voluntarios de alguna asociación se acercan alguna vez por semana para hacerle compañía, realizarle algunos trabajos o acompañarle a dar un paseo. Recuerdo un periódico que hace un par de años comenzó a plantearse relatar las historias de aquellas personas que morían solos y cuyo cuerpo se encontraba días después del deceso.

Una de las cartas al director que me queda en el recuerdo de mi paso por este diario es la de un ciudadano burgalés, con ya una cierta edad, que vivía solo y los domingos coincidía en Misa con una persona, que también acudía sin compañía. Así semana tras semana, un domingo tras otro. Al  cabo de unos meses comenzó a dejar de verle. Apenas tenía información sobre él. Preguntó a otras personas que también asistían a la misma Misa. Repasó esquelas. Pero ¿las había de personas solas? Varios meses después, casi por casualidad, supo que había fallecido. El hombre escribía en la carta que le hubiera gustado conocer más a su compañero de asiento, pero que  ni le había invitado a tomar  un café… ese individualismo mal llevado.

El 90 por ciento de los que han muerto por Covid en este 2020 han sido mayores. Y todavía fallecerán bastantes más. Al menos en este 2021 que no estén solos.

 

 

 

 

 

Morir

Disculpen, amigos lectores, es probable que esta Página Par de hoy les resulte empalagosa, o les disguste que cuente cosas personales. Les aviso ahora que inicio estas líneas, que pueden dejarlas, hacer un ejercicio de lectura rápida o buscar otro momento mejor.

Mi padre vivió los últimos años de su vida con una salud débil, pudo sobrevivir a un cáncer, y muy poco a poco se fue apagando por otras enfermedades. Mi madre, sus últimos quince años, diez sin mi padre, con un mieloma múltiple, no podía hacer las cosas por sí misma, había que ayudar a levantarla, entre dos personas, para pasarla a una silla de ruedas con la que circulaba por la casa o salía a la calle, lo mismo que le sucedió a mi padre. A él le costó mucho asumir la situación, una persona vital que dejaba de darse sus largos paseos no quería que le vieran en esa situación. Pero cuando llevas una silla de ruedas, te das cuenta del gran número de personas que se encuentran en esa situación. Y lo admitió.

Mi madre seguía en sus últimos años asistiendo a la tertulia semanal con sus amigas maestras jubiladas, imagino que arreglando el mundo, aunque algunas ocasiones no se encontraba bien y cedía, lo saben bien mis hermanos que intentaban convencerla para vestirse y acercarla. La que fallaba pocas veces semanalmente era la peluquera, que le daba una buena conversación y la ponía al día.

Todos esos años la relación con mis padres fue la mejor de nuestra vida. Escuchar en una silla pegado a la cama. Acompañar sin más. Ayudar a pasar el tiempo. Y a veces llorar cuando te decían que estaban preparados y que querían dejar de darnos trabajo. A veces los cuidados paliativos son eso, pero agradecían, porque me lo decían, cada viaje que hacía a verlos, cada tiempo que les dedicaba –vuelvo a insistir en la generosidad de los hermanos que vivían en la misma ciudad-, cada segundo que pasaba a su lado. Porque salir con la silla de ruedas, llevarles a Misa, ayudarles a tomar el zumo de naranja en la terraza del bar de siempre, hacerlo con alguno de sus hijos era suficiente para ellos, más que el tiempo que les pudiera dedicar la persona interna que vivía en casa.

Ellos habían trabajado los dos hasta su jubilación y contaban con una pensión digna, lo que les hubiera permitido disfrutar del descanso y de la vida. La disfrutaron a su manera. Se me ocurrió comprar una wii para que mis sobrinos, entonces pequeñajos, tuvieran un motivo para acercarse a casa de los abuelos. Ellos disfrutaban de sus nietos solo con verles, como le puede a ocurrir a usted que todavía sigue leyendo. Y solo había que fijarse en sus ojillos de ancianos para comprobarlos. Y me convertí en amigo de Pocoyó.

Creo que hicimos lo que pudimos, con mucho tiempo y dedicación, con conversaciones telefónicas, con estancias en hospitales,  con internas que acababan siendo las ‘dueñas’ de la casa pero que le dedicaban mucho cariño y corazón a la señora. Un día se apagaron y se fueron, no hubo medios desproporcionados o extraordinarios para que continuaran con vida. Sabíamos que iba a ocurrir y ocurrió. La vida no les respetó la jubilación pero mantuvieron a una familia unida, que es de lo que estarían más satisfechos unos castellanos austeros, honrados y queridos, como pudimos ver en sus funerales.

No siempre es posible todo ello. Y tengo que agradecer mucho. Pero por eso pido respeto a todas las vidas, a todas, cualquiera que sea su condición.  Que se multipliquen los servicios de cuidados paliativos, que se sostenga y acoja a los enfermos, que se evite la desesperanza y la angustia. Y que mueran dignamente y en paz.

Mayores solos

Toda una generación se está encontrando con la necesidad de atender a sus padres, mientras ellos probablemente viven en otro lugar o sus hijos se encuentran en la edad aparentemente más difícil: La adolescencia. Es cierto que perviven todavía familias numerosas, hijos del baby boom, y que el reparto de tiempo para estar con los progenitores se puede lograr con menos dificultad. Pero si quien necesita estar atendido tiene alguna enfermedad que le impide valerse por sí mismo, a veces el peso recae solo en las dos partes del matrimonio, y mayormente en las mujeres, que después de una vida ocupándose junto a su trabajo externo -si así fuera- a las tareas del hogar, se encuentran ahora que no tienen ni vida en los años de su jubilación.

Hay muchas variables, y además las soluciones no son fáciles. Vivimos más tiempo -aunque por mucho que se empeñen en decir que en la década de los 70 no somos viejos, lo somos-, las familias actuales tienen menos descendencia, y las parejas se multiplican; junto a ello, las residencias, además de no cubrir todas las necesidades, son caras si no tienes una pensión digna, y no es extraño encontrarse con una realidad que desgraciadamente vamos conociendo cada vez con más frecuencia: el número de personas mayores que viven solas, y que cuando mueren todavía se tarda unos días en conocer el fallecimiento, y menos mal que algunos vecinos empiezan a darse cuenta.

Frente a esto, muchos se preguntan qué pueden hacer. Recuerdo a la única abuela que conocí , que en ningún momento quiso irse a vivir con alguna de sus hijas. Cierto es que tenía un carácter fuerte forjado en las dificultades de la posguerra, que hasta que se quedó sin hogar porque el Ayuntamiento, en este caso de Palencia, decidió que el solar donde estaba tenía que incorporarse al parque inmediato, vivió en ese lugar donde acudíamos de niños con frecuencia en las fiestas de San Antolín, y donde festejábamos que no existiera ni baño ni ducha, y escuchábamos desde la cama los conciertos de El Salón. Ella se fue a una residencia en Burgos y logró plaza en la de Palencia cuando se abrió. Allí falleció. Estaban forjadas en otro tiempo. Cuántas madres nos han dicho que no quieren dar más la lata cuando se encuentran enfermas, su marido ha fallecido, y ven que se van yendo. Y como en toda su vida, lo que menos quieren es molestar, se lamentan que su situación afecte al resto de la familia, cuando la mayoría de los hijos están encantados de devolver el amor que recibieron de sus padres… si pueden.

En ese poder está la dificultad actual que va a ir creciendo. Cada vez más la familia cuenta con un vástago. La relación dura menos, y cuando los padres llegan a mayores y probablemente dependientes, probablemente estén separados, el hijo ve que fácil no lo tiene. Y como ahora, no sabrá qué hacer. Algunos lo quieren resolver con una pastilla que se dispense en una farmacia. Pero no parece la respuesta que nos gustaría ofrecer a aquellos que nos dieron la vida y todo su amor.

Vivir más

Me parece un eufemismo que te sigan llamando joven cuando has traspasado la barrera de los 50. Cuando tenía 15, las personas que superaban el medio siglo te parecían mayores, bastante mayores. Claro, a medida que vas superando los lustros te acaban diciendo que esta década es la mejor de todas, la de la plena madurez, y la sesentena la total serenidad.

No me extraña, cuando en el año 2040 vamos a tener una esperanza de vida mayor que la de Japón. España se va a convertir en el país más longevo del mundo con casi 86 años que se vivirá de media,  gracias a las mejoras de la Sanidad –la española se encuentra entre las mejores del mundo- y en la insistencia en nuestra dieta mediterránea o la reducción de hábitos como el del tabaco.

De todos modos, nuestra media de edad actual es de 83 años, que tampoco está nada mal. El año pasado le preguntaba a María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, cuánto creía que podíamos llegar a vivir los humanos. Me decía, con una visión más realista que optimista, que 120 años. Y en lo que estaban trabajando era en alargar la juventud o lo que es lo mismo retrasar la vejez. Y aunque esto sería a medio o largo plazo, tampoco Blasco lo venía tan lejos en el horizonte.

Tampoco tengo claro que esto sea más bueno que malo. Es verdad que con el retraso de la maternidad actual los abuelos prefieran vivir más tiempo para ver crecer más a sus nietos. Y que el ocio para los mayores se ha multiplicado, y si además se retrasa la edad de jubilación, pues se ponen velas por llegar bien al final del trabajo.

Pero nos ocurre lo mismo que a Rafa Nadal, que hace tiempo que no se levanta con algún dolor. Y es el número 1 del mundo en el tenis,  y uno de los mejores deportistas. Puede haber gente privilegiada que no tiene apenas molestias. Y otros que las acumulan todas.

El caso es que simultáneamente a todo ello, nuestra pirámide poblacional va a estar totalmente invertida y no habrá jóvenes y adultos que paguen las pensiones a los mayores que cada año van creciendo. Hay que plantearse soluciones y alternativas. Y no solo económicas. Más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solos. Y la soledad es una situación difícil para todos. Y esas cifras irán creciendo rápidamente porque cada vez aumentan las personas que  optan por esa opción y que dentro de veinte años algunos necesiten ser atendidos.

Vivimos ocupados por temas banales que no deberían preocuparnos ni un segundo, y apenas dedicamos tiempo a los trascendentales. Pero muchas veces tampoco se sabe qué hacer. O qué se puede aportar. Y la soledad de nuestros mayores, con 70, 80 o 100 años, para muchos es un verdadero problema.

2011

No es este un año que parezca que llega con un pan debajo del brazo, más bien al contrario, se ha quitado hasta la ayuda al nacimiento de un hijo y seguro que seguimos siendo el país que menos colabora con las familias. Pero así son las cosas. Pasaremos al menos cinco meses de 2011 debatiendo en los medios de comunicación sobre las próximas elecciones municipales y autonómicas, y hasta el mismo día de las votaciones, sobre las 11 de la noche, no conoceremos la verdadera situación de los principales partidos, la foto fija que presentan las encuestas a buen seguro tendrá variaciones en ese momento, aunque las tendencias que se presentan no auguran nada positivo para el PSOE, pese a que su suelo de votantes no suele bajar de los ocho millones, 2011 podría ser un año histórico, al igual que lo está siendo para los desempleados, que han sumado los 4.100.000 y que consolidan a España a ser el primer país de la Unión Europea en cuanto al número de parados.

Este año no habrá competición internacional ni de fútbol ni de baloncesto que impida pensar en la realidad de las cosas, aunque el duelo entre el Real Madrid y el Barcelona en la liga española bien pueda ser un sustituto, pero lo cierto es que hay un millón de familias en nuestro país donde ninguna de las personas que forma parte de las mismas ingresa un euro, y necesitan mucho más que un alegrón futbolístico del equipo de sus amores.

2011 llega con muchas más cosas en su zurrón. Pese a todos los índices económicos aún se puede respirar cierto aire de optimismo. En Burgos se mira hacia dentro de seis meses esperando que el jurado decida que sea esta la capital europea de la cultura para 2016, aunque no creo que ninguno de los lectores de este artículo conozcan que la ciudad finlandesa de Turku y la estonesa de Tallín (lo he descubierto en Wikipedia mientras escribía este artículo) sean las designadas para este 2011. Lo que sí es cierto que para Burgos sí puede suponer un impulso y sobre todo el aumento de una autoestima inexcusable, que hemos podido comprobar que es necesaria cuando hemos oído sin creérnoslo a aquellos que han visitado la ciudad estas navidades sobre cuánto habíamos cambiado… para mejor.

Es 2011 también infunden aire de optimismo las muchas iniciativas solidarias para apoyar a esos colectivos que se encuentran en situaciones más precarias. Los tele maratones funcionan y los apadrinamientos a niños de diversos continentes también. Aunque no estaría de más incluir en esos conjuntos a nuestros escolares desde los 0 a los 23 años, a la cola de los ránkings estudiantiles y no por culpa suya, sino de un sistema que ha ido apartando a los mejores en beneficio de la totalidad, y donde ahora son los propios profesores y responsables educativos quienes se dan cuenta que o hacemos algo o tampoco seremos competitivos en este campo.

2011 puede ser un año malo o menos malo. Podremos ver la botella medio llena o medio vacío, pero en cualquier caso nos exigirá a cada uno hacer algo en nuestro entorno y no dejarlas venir y verlas pasar. Espero que al menos los Reyes Magos se hayan acordado de ustedes.