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Ortografía bajo mínimos

No pondría la mano en el fuego porque a lo largo de esta columna hubiera errores gramaticales, alguna coma mal puesta, otro punto y coma no utilizado –están en extinción-, una posible mala consonancia en una frase, sinónimos no utilizados y para lo que somos asturianos leísmos  y laísmos despistados.

Y de esto no tiene culpa el Covid, aunque casi 300.000 castellanos y leoneses hayan sido confirmados del mismo a lo largo de la pandemia. La ortografía es imprescindible en nuestra vida, y la enorme abundancia de errores, más que erratas, una evidencia de que vamos hacia ninguna parte, y así lo manifestaba el profesor Miguel Perdigón en un texto reciente en las cartas al director de este periódico. Imagino que conoce bien la situación de nuestros alumnos, los profesionales del mañana, después de haber impartido clase en varios de los principales institutos de Burgos, en la capital y en la provincia, y no desistir en el empeño, por muchos motivos que tenga, al igual que numerosos colegas a los que se cae el alma a los pies en cantidad de ocasiones.

Aseguraba Perdigón en su escrito que en el portal de citas de Match un 39  por ciento de los usuarios juzgaba la compatibilidad de los candidatos por su manejo (sic) de la gramática. Y citaba el profesor que ‘los acentos están al nivel de los dinosaurios del Cretácico’. No me extraña. La mayoría de los ciudadanos habitantes de este planeta creen que el temido Tyrannosaurus rex convivió con nuestra especie, cuando aparecimos en este mundo decenas de millones de años después de su extinción, pero esto ya  no es un problema de lenguaje, sino de historia.

De lo que sí somos contemporáneos es del uso de nuevas tecnologías que han logrado, más por comodidad que por economía del lenguaje, que hayamos acabado con signos de interrogación o de exclamación y el castellano ha cedido a los anglosajones. Por no hablar de las mayúsculas, como aclara Perdigón, que serán la próxima víctima, a pesar de que seamos conscientes de que un nombre común no es lo mismo que un nombre propio. ‘Nos precipitamos a un mundo gris con todo en minúsculas y sin tildes’ subraya el pedagogo y parece que son muchos los que quieren vivir en un mundo gris. Confieso que no soy taurino, salvo cuando veo los morlacos en el campo. Pero lo primero que me emocionó cuando pisé una plaza de toros es que la vida era en color, y no lo que nos hacía llegar el blanco y negro de las televisiones.

Ahora que está de moda reivindicar en la plataforma change.org –han logrado que no salgamos a la calle- creo que comenzaré una recogida de firmas: ‘Por un mundo con mayúsculas y tildes’ y pediré el asesoramiento de mi amiga lingüista que me corrigió porque en estos últimos años tenía clarísimo que después de los dos puntos iba siempre mayúscula. Y no es cierto.

Por favor, ustedes lectores de periódicos, tipos inteligentes,  hagan un propósito, si quieren: procuren escribir sus mensajes sin errores, ni erratas. El futuro se lo agradecerá.