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Jóvenes invisibles

Cientos de miles de  jóvenes, la mayoría procedentes de América Latina, han arropado al Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud. “Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es puro ni destilado, pero por eso no es menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor? Les pregunto, ¿un discapacitado, una persona frágil es digna de amor? Sí. Entendieron. Otra pregunta, a ver cómo responden: ¿Alguien por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión no es digno de amor? Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando”.

Para los católicos no tan jóvenes este encuentro, que actualmente es trianual y que el próximo será en Portugal en 2022, probablemente rememore los celebrados en Santiago de Compostela y en Madrid, donde la cifra de asistentes superó el millón de personas. Preludio de ellos fue el primer viaje de Juan Pablo II a España y el encuentro en el Santiago Bernabéu, muy difícil de olvidar para todos aquellos que tuvimos ocasión de acudir. Francisco es exigente con los jóvenes y les pide que trasformen la sociedad, pero a la vez recuerda a los mayores lo fácil que resulta criticarles y pasar el tiempo murmurando sobre ellos si se les priva de oportunidades laborales, educativas… desde dónde agarrarse y soñar con el futuro. Y todo ello es responsabilidad de las generaciones que ya han superado esos años juveniles.

Muchos jóvenes, decía Francisco este sábado por la noche en Panamá, sienten que dejaron de existir para otros, para la familia, para la sociedad, para la comunidad “y entonces muchas veces se sienten invisibles. Así los estamos empujando a no mirar el futuro y a caer en las garras de las drogas, de cualquier cosa que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa? ¿Es verdad que para mí dejaron de existir hace tiempo?”

Estas jornadas mundiales de la juventud no solo van dirigidas a los menores de treinta que se tiran con su tienda de campaña varias noches, que viajan como pueden miles de kilómetros y que acuden con fe para ver al jefe de su Iglesia. Intenta el Papa remover el corazón de todos. Llamó ‘influencer’ a María y la puso como ejemplo por su amor, que es el que nos hace más humanos y más plenos.

La última mirada de Jesús

Qué pasaría por la cabeza de Pedro, el primer Papa, al comprobar la mirada de Jesús cuando le negó la tercera vez, camino del juicio de Pilatos. Seguramente sus miradas se habían cruzado muchas veces a lo largo de los tres años en que compartieron su vida. Pero esta fue la última, e hizo que se apartara y llorara amargamente, porque Jesús se lo había anunciado, antes de que el gallo cante me negarás tres veces. Cuánta comprensión, cuánta emoción, cuánto cariño en ese último cruces de mirada. Y seguro que dolor, pero ni un reproche, porque como escribió Pablo, el amor  no lleva las cuentas del mal. Quizá por la cabeza de Pedro pasaron esos últimos años. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Igual que ahora a Francisco.

Son las caricias de Jesús. Son sus miradas que se reflejan a lo largo del Evangelio y que los cristianos volverán a comprobar esta Semana Santa, como la que cruza con su Madre, María, camino del Calvario, o la mirada a Juan desde la Cruz, al que encomienda a su Madre. O la mirada a las mujeres, aquellas que no estaban consideradas en una cultura como la judía entonces. Jesús mira a la Samaritana, de la que tantos se apartan en el pozo de Sicar, y entabla con ella una valiente conversación, todos sus discípulos se sorprenden de ver a su Señor con una pecadora; al poco tiempo, es el único que cruza la mirada con la mujer adúltera, y cuando son muchos los que quieren lapidarla, simplemente les dice que quien esté libre de pecado tire la primera piedra, y todos se marchan. Jesús cura a la suegra de Pedro, a la hemorroisa, a la hija de Jairo. Se compadece de la viuda de Nain, y mantiene una amistad excepcional que Marta y María, las hermanas de Lázaro.

Y a Zaqueo, al que le hace bajar de un sicomoro para hospedarse en su casa, y acaba convencido de que tiene que entregar la mitad de su fortuna a los pobres. Seguro que este publicano no alejó los ojos de Jesús durante toda la visita ¡Qué mirada la de Jesús para alcanzar su conversión!  Y al paralítico al que sus amigos le suben por el tejado para descolgarle en medio de Jesús y que se produzca el milagro. Y cura al enfermo de la piscina que no tenía quien le mirara cada vez que bajaba el ángel a remover el agua. Y al ciego que no ve pero observa en su interior y sale gritando tras acontecer el milagro.

Pero junto a la de Pedro, que luego moriría mártir como el resto de los apóstoles, está también la mirada de un joven, rico dice el Evangelio, que parece una mirada de cariño porque le pregunta al Maestro que ha de hacer para alcanzar la vida eterna. Por las respuestas iba por el buen camino y seguro que Jesús le mira con ternura y le pide lo mismo que a Zaqueo, porque es exigente: vende cuanto tiene y dalo a los pobres. Pero el joven, que podía ofrecer una respuesta, se aleja y apaga su mirada, se retiró entristecido.  También hubo miradas con ira, como la dirigida a los fariseos, ira por la falta de humanidad con el pretexto de observancias religiosas. Una mirada motivada por la desazón y por la ausencia de corazón de sus contemporáneos. Como los mercaderes del templo.

El nuevo Papa también ha seguido la mirada de Jesús, así lo anunció en sus primeras palabras en su mirada a la Creación, en una visión franciscana en relación con la naturaleza, que al Hijo de Dios le hace admirar la belleza de los lirios, el volar de las aves, la variedad cromática de los cielos.

Pero sobre todo, cómo miraría Jesús a su Madre María, para ella fue también su última mirada desde la Cruz.

Ciudadanos

¿Trabajamos para vivir o hemos acabado viviendo para trabajar? ¿Hemos creado una sociedad que si preguntamos a sus ciudadanos responderían la mayoría que no les gusta? Y solo cuando escuchan a personas como Gandhi, Luther King -I have a dream- o intentan comprender la ilusión de un millón y medio de jóvenes que gritan, cantan y se mantienen en un perturbador silencio cuando muestran su respeto ante Cristo, demuestran que todos podemos ser mejores.

Pertenecemos a una sociedad adormecida en la que apenas un puñado de indignados ha logrado medio despertar, pero confío en que el empeño no haya sido vano. Nos hemos acostumbrado, esta vieja Europa, a convivir con más de cinco millones de parados sin levantar la voz, apenas un susurro.  Sorprende con la juventud de Iberoamérica o Asia, donde aún con sus problemas, muestran un cierto renacer. Este rancio y antiguo continente apenas encuentra soportes donde apoyarse, y aquellos que les deberían ser útiles son desterrados.

Buscamos medios –ley de dependencia- para mantener a nuestros mayores o incapacitados porque nosotros no podemos, no queremos, o hemos sido incapaces de crear una comunidad donde atenderles. Somos conscientes de que la familia está siendo clave en esta crisis económica, que es también una crisis de valores, y nos empeñamos en arruinarla. Y a poco que nuestra compañera o compañero nos mire con desaire, se acabó la convivencia.

Nos dicen que hay que mantener una calidad de vida que solo sirve a los pudientes, y cuando se habla de la ley del esfuerzo, de la competitividad miramos hacia otro lado porque estamos hartos de que llegue la hora de finalizar el trabajo y haya desaparecido la luz del sol.

Es verdad que muy pocos sinceramente están de acuerdo con sus jefes, pero es la misma proporción que está en desacuerdo consigo mismo, que busca algún líder y no lo encuentra a su alrededor, que todos aquellos que van surgiendo se acaban convirtiendo en un bluf, y que buscar la verdad se ha convertido en una entelequia o si acaso en una predicación de unos cuantos a los que acusamos de visionarios.

No existe ni la fidelidad –se rompen matrimonios, uniones o parejas a más velocidad que los que se forman-, ni la lealtad, en medio de un reino donde la mentira ha asentado sus reales posaderas.

Al final, solamente nos queda el carpe diem, porque somos incapaces de mirar, de contemplar, de admirar tantas cosas buenas, tantos héroes anónimos, tantas vidas entregadas. A veces me gustaría sentarme en medio de la Galería de los Homínidos del Museo y pensar hacía dónde estamos caminando. Lo siento.

La fe mueve montañas

Por muy extraño que pueda parecer, en febrero de 2011, más de quinientas personas se juntaron hace unos días en la parroquia de San José Obrero, la que se encuentra enfrente de la que fuera la sede de Diario de Burgos, para iniciar la Adoración Permanente a la Eucaristía. Será por ahora la sede en la capital de este movimiento. Quizá en estos tiempos haya ya que recordar lo que significan esas palabras, aunque todavía a la catequesis de Primera Comunión asisten centenares de chavales para intentar conocer la vida de Jesús, sin embargo han pasado ya las ocasiones en que al salir de casa uno se persignaba.

Curiosamente ha quedado como costumbre o superstición para los jugadores de fútbol al salir al estadio o al celebrar alguno de los goles. En algún momento escuché hace ya tiempo a un sacerdote español como se había encontrado con un amigo suyo en Roma y señalándole el mapamundi le había dicho que ese era el gran fracaso de los cristianos, porque si realmente creyeran que Dios estaba presente a través del Sacramento, habrían cambiado el mundo, y con él a todas las gentes. Lo que sí puede resultar un milagro –para creyentes o agnósticos- es que cuando no se había puesto en marcha esa Adoración Permanente, que supone 24 horas al día, los 365 días al año, ya había cerca de 400 inscritos, y todavía unas cuantas personas pendientes de que se les adjudicara un turno, que es semanal, y que en algunos casos puede ser a las tres o a las cinco de la mañana durante una hora de tiempo.

Esta sí que es gente de fe. Y ellos sí que moverán montañas, porque aunque a muchos nos cueste creerlo, se puede confiar en el poder de la oración. Hay miles de personas en los antiguos países del Este que piensan, y no por casualidad, que la caída del muro de Berlín fue motivada por la perseverante plegaria de un Papa polaco. Me cuentan que en España, hace ya más de medio siglo, apareció un cura irlandés, el padre Peyton, que con su campaña en favor del rezo del rosario en familia llegó a casi treinta millones de personas que asistieron a sus actos en todo el mundo, de ellos ochocientos mil, por ejemplo, en Barcelona. Y que gracias a ello se llegó a la unión de muchas familias. No es la fe cuestión de otros tiempos. Ni tampoco un artificio ante la muerte. Sorprende acompañar a un buen cristiano en los últimos días de su vida. Es ejemplarizante.

En estos temas soy de bastante manga ancha y creo que el Dios de los creyentes, de todos al margen de su religión, es un Dios que perdona,  y un Dios magnánimo y generoso, y sé que a todos les acompañará en los momentos más difíciles de su vida. Pero para eso también hace falta fe, de esa que se puede cortar. De esa que tienen el medio millar de burgaleses que se comprometen a elevar sus plegarias seguro que por todos los ciudadanos con que conviven, una hora a la semana, 42 semanas al año. Eso sí que es perseverancia, confianza y amor.