Manías y susceptibilidades

Dicen que a medida que pasan los años tenemos más manías, a partir de los cuarenta, 4, de los cincuenta, 5, de los sesenta, 6 y así sucesivamente. Da la sensación, sin embargo, que lo que vamos es profundizando en las mismas en vez de ir creciendo en ellas, con los cual a veces nos podemos convertir en ciudadanos inaguantables.  Porque hay manías de todo tipo y condición, y además exigimos a los otros que comulguen con ellas. Y nos acompañarán hasta el final de nuestros días; aunque es cierto que podemos tildar de manías actuaciones que no lo son.

Nos sorprende cuando vemos a Jack Nicholson en una película paseando por la calle evitando todas las líneas de las baldosas, pero lo comprendemos cuando entendemos que es una enfermedad obsesiva compulsiva en unos cuantos asuntos diarios que al amigo Nicholson le afectaban desde la limpieza, al orden o a que le tocaran.

No sabría con seguridad si ser susceptible es una manía, porque si así fuera,  casi sería la principal, al menos por esta terruña. Nos hemos vuelto demasiado quisquillosos, extraordinariamente delicados… vemos la paja en el ojo ajeno y apenas definimos la viga en el nuestro. Porque no aceptamos nuestras propias manías, ni errores.

Es entendible que ante críticas o actitudes malintencionadas podamos sentirnos heridos, pero llegamos a ofendernos por cualquier pretexto. Y al revés, hay muchos que prefieren reírse de los demás más que reírse con los demás. Lo estamos comprobando en las campañas electorales. Cualquier crítica, sin llegar al insulto, se multiplica y ‘ya no te ajunto’ como decíamos de pequeños.  Es cierto que se está perdiendo la educación a montones. Que incluso en algunas acciones puede llegar a estar mal visto en aras de una supuesta ‘igualdad’ , que no tiene nada que ver con las buenas maneras.

Ya descalificamos cualquier acción del contrario, y, por ejemplo, en el caso de nuestros representantes políticos son incapaces de votar conjuntamente temas que son necesarios para el bien común. Quién no puede estar de acuerdo con la mejora del salario mínimo o de las pensiones. En vez de buscar soluciones económicas para asumir estas decisiones, lo primero es tirarse los trastos y ver quién lo ha propuesto primero. Nos hacen comprender una vez más que el sentido común es el menos común de los sentidos.

Susceptibles con todo y con todos.  Esto se resuelve muchas veces con pedir perdón.

 

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