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Morir

Disculpen, amigos lectores, es probable que esta Página Par de hoy les resulte empalagosa, o les disguste que cuente cosas personales. Les aviso ahora que inicio estas líneas, que pueden dejarlas, hacer un ejercicio de lectura rápida o buscar otro momento mejor.

Mi padre vivió los últimos años de su vida con una salud débil, pudo sobrevivir a un cáncer, y muy poco a poco se fue apagando por otras enfermedades. Mi madre, sus últimos quince años, diez sin mi padre, con un mieloma múltiple, no podía hacer las cosas por sí misma, había que ayudar a levantarla, entre dos personas, para pasarla a una silla de ruedas con la que circulaba por la casa o salía a la calle, lo mismo que le sucedió a mi padre. A él le costó mucho asumir la situación, una persona vital que dejaba de darse sus largos paseos no quería que le vieran en esa situación. Pero cuando llevas una silla de ruedas, te das cuenta del gran número de personas que se encuentran en esa situación. Y lo admitió.

Mi madre seguía en sus últimos años asistiendo a la tertulia semanal con sus amigas maestras jubiladas, imagino que arreglando el mundo, aunque algunas ocasiones no se encontraba bien y cedía, lo saben bien mis hermanos que intentaban convencerla para vestirse y acercarla. La que fallaba pocas veces semanalmente era la peluquera, que le daba una buena conversación y la ponía al día.

Todos esos años la relación con mis padres fue la mejor de nuestra vida. Escuchar en una silla pegado a la cama. Acompañar sin más. Ayudar a pasar el tiempo. Y a veces llorar cuando te decían que estaban preparados y que querían dejar de darnos trabajo. A veces los cuidados paliativos son eso, pero agradecían, porque me lo decían, cada viaje que hacía a verlos, cada tiempo que les dedicaba –vuelvo a insistir en la generosidad de los hermanos que vivían en la misma ciudad-, cada segundo que pasaba a su lado. Porque salir con la silla de ruedas, llevarles a Misa, ayudarles a tomar el zumo de naranja en la terraza del bar de siempre, hacerlo con alguno de sus hijos era suficiente para ellos, más que el tiempo que les pudiera dedicar la persona interna que vivía en casa.

Ellos habían trabajado los dos hasta su jubilación y contaban con una pensión digna, lo que les hubiera permitido disfrutar del descanso y de la vida. La disfrutaron a su manera. Se me ocurrió comprar una wii para que mis sobrinos, entonces pequeñajos, tuvieran un motivo para acercarse a casa de los abuelos. Ellos disfrutaban de sus nietos solo con verles, como le puede a ocurrir a usted que todavía sigue leyendo. Y solo había que fijarse en sus ojillos de ancianos para comprobarlos. Y me convertí en amigo de Pocoyó.

Creo que hicimos lo que pudimos, con mucho tiempo y dedicación, con conversaciones telefónicas, con estancias en hospitales,  con internas que acababan siendo las ‘dueñas’ de la casa pero que le dedicaban mucho cariño y corazón a la señora. Un día se apagaron y se fueron, no hubo medios desproporcionados o extraordinarios para que continuaran con vida. Sabíamos que iba a ocurrir y ocurrió. La vida no les respetó la jubilación pero mantuvieron a una familia unida, que es de lo que estarían más satisfechos unos castellanos austeros, honrados y queridos, como pudimos ver en sus funerales.

No siempre es posible todo ello. Y tengo que agradecer mucho. Pero por eso pido respeto a todas las vidas, a todas, cualquiera que sea su condición.  Que se multipliquen los servicios de cuidados paliativos, que se sostenga y acoja a los enfermos, que se evite la desesperanza y la angustia. Y que mueran dignamente y en paz.

Dolor de amor

Son historias que no te acabas de creer hasta que las tienes cerca. Cuántas veces hemos oído que una viuda ha fallecido pocos meses después del óbito de su marido. Y se muere de amor. Y duele el amor. Después de treinta, cuarenta o cincuenta años juntos no hay fuerza que les separe, ni el cariño de sus hijos, ni las risas de sus nietos. Su corazón y su mente continúan junto a la persona de la que ha sido inseparable durante tantos años. Y por mucho que se empeñen los familiares más cercanos, ese amor trasciende la muerte del otro, y sigue vivo y el máximo deseo es acompañarle allá donde esté. Y tras la pérdida esa persona enferma, puede llegar quizá a la depresión y dejar de estar con la cabeza en este mundo.

Son muchas las dificultades que un matrimonio pasa a lo largo de su vida. A veces nimiedades, otros verdaderos dramas, del alma y del cuerpo. Falta de trabajo, de recursos, enfermedades graves, fallecimientos de seres cercanos, dificultades con los hijos o discusiones nimias, que a muchos les lleva a la separación y a otros les refuerza en su vida en común. Hay familias que cada hijo, los que fueran, vienen con un pan debajo del brazo, para otras pueden ser un sinfín de problemas y de dificultades. Y cabe que cuando llegue el momento de la jubilación todavía te azote alguna dolencia o malestar. Pese a todo, han vivido juntos una vida plena, y entiendes que la marcha de uno de ellos suponga un dolor intenso del corazón al otro, de esos que no se cura con pastillas ni con tratamientos para el cuerpo. Un dolor que cuando has vivido tanto, parece que ya no merece la pena vivir más. Y se irá apagando poco a poco.

Y  qué queda a los hijos y a los nietos, pues no lo suficiente, por mucho que se aferren a un clavo ardiendo. Si tienen fe, comprender que después de la vida habrá otra, eterna, que les dará la felicidad. Si no la tienen y si la tienen, intentar recordar los buenos momentos que todos pasaron juntos, que a buen seguro fueron abundantes, sonreír con ellos, compartir tiempo con sus hermanos y sus sobrinos, derrochar cariño, escuchar y vivir la vida tan intensamente como lo hicieron sus padres. Se escaparán lágrimas al ver una fotografía o al escribir un recuerdo, pero con la tranquilidad de saber que vivieron felices y a veces con la congoja de no haberles dedicado el tiempo necesario. Si tu, amigo lector, todavía estás a tiempo, corre al teléfono o vete a su casa, y dile a tu madre, y a tu padre, que les quieres y dales un abrazo muy fuerte con una sonrisa entre tus labios.

Columna publiada en DB el 28 de mayo