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El día que ‘secuestraron’ a Alfonso Guerra

 

Asumir el primer trabajo –de prácticas durante tres meses- suponía para el estudiante universitario una responsabilidad que no había tenido hasta ese momento en el ejercicio de una profesión, la de periodista, que atraía enormemente. Presentarse en la redacción de una agencia de noticias en Madrid para el estudiante que acababa de terminar cuarto de periodismo en aquel verano de 1983 significaba un reto intenso, apasionante a la vez que divertido. Escuchar al redactor jefe una vez tras otra si ese era el mejor titular que podía escribir, o cómo era capaz de acabar una noticia tres horas después de haberse producido, en vez de haberla enviado a nuestros suscriptores de forma inmediata, valía escuchar las primeras broncas de tu vida.

 

Pero lo que más me acongojó en esos tres meses de caluroso verano madrileño fue la llamada que recibí en la redacción un sábado por la mañana, cuando casualmente habían desaparecido los redactores de la agencia que ese fin de semana estaban de guardia. Llamaba el corresponsal en Roma, y al que suscribe, que se dedicaba día tras día a escuchar las voces de corresponsales de las diferentes provincias para luego reelaborar las noticias antes de transmitirlas, oír una de fuera de nuestro país, le llenó de sorpresa.

Decía el compañero que Alfonso Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno, no había aparecido en una cita que tenía en la capital italiana con los medios de comunicación y que cabía la posibilidad de que se hubiera ido con una amiga que tenía entonces –de la cual nació Pincho-, pero que todo indicaba que quizá hubiera sido víctima de un secuestro.

 

Yo no tenía a quién preguntar. El último que había abandonado la redacción esa gloriosa mañana era el redactor jefe que había bajado, justo a esa hora, a la peluquería.

 

A los diez minutos volví a recibir otra llamada de nuestro corresponsal. Estaba confirmado lo del secuestro y teníamos la exclusiva de sus propias fuentes. Me encontraba en la misma agencia que dio la primicia de la muerte del General Franco ¿Podía ocurrir lo mismo con el secuestro de Guerra? Animado por la persona que enviaba los teletipos a todos los abonados -Internet todavía estaba en la mente de sus creadores y el correo electrónico era una entelequia-, decidí, en un momento de especial lucidez, que deberíamos enviar un `flash´  a todos los medios, con una sola línea para anunciarles nuestra noticia: Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, secuestrado en Roma. Ampliaremos  información .

Luego me lancé y con la poca documentación que conseguí amplié la información sobre Guerra y sobre los secuestros en Italia.

Así transcurrieron los minutos, el primero en llegar fue un redactor que me dijo que había escuchado en la Ser que según Europa Press el vicepresidente del Gobierno había sido secuestrado en Roma.

 

Luego llegaron otros hasta completar esa redacción matutina sorprendentemente desierta poco tiempo antes. Les conté todo. Sonó el teléfono en medio del silencio. El redactor jefe me gritó: Te llama el portavoz del Gobierno, Eduardo Sotillos. En ese momento pensé: Qué jeta la del jefe, que me pasa a Moncloa, cuando él debía haber asumido el flash.

 

Sotillos, ni se me ocurrió analizar si era él o no (no había hablado con el nunca antes, yo estaba en cuarto de carrera en Pamplona), me acusó de estar desestabilizando el país y que antes de enviar una noticia de este calado tenía que confirmarla.

¿Cómo iba a confirmarla en España si ya lo había hecho el de Roma?, pensé. Hubiera destrozado mi exclusiva. Le escuché atento y colgué.

 

Al cortar el teléfono todos los compañeros –ahora muchos de ellos son los que mandan en diversos medios- me aplaudieron. Había sido una broma en la que habían participado desde la telefonista –que tras el avance me iba confirmando que estaban llamando todos los medios de comunicación- a los teclistas del teletipo que me serenaban en mi sábado convulso.  El siguiente teletipo que salió de la agencia rezaba:

Perdonen la interrupción del servicio durante la última hora por causas ajenas a Europa Press.

 

Había caído en la trampa. Naturalmente, ni el flash ni la ampliación habían traspasado las fronteras de la agencia. Y esa mañana de sábado aprendí un montón de mi profesión. Por eso se lo agradezco a quienes compartieron conmigo esos tres primeros meses laborales en una agencia que había sido en los últimos años del franquismo y el inicio de la transición pilar de la información libre.

 

Y en el primer recuerdo, Antonio Herrero Losada, su director, que intentó ese verano venderme un Wolksvagen de segunda mano. Luego Jesús Frías, Pepe Apezarena, Miguel Ángel Liso (director editorial de Vocentp, qué buen jefe de los de prácticas), Julián Lacalle,  Agustín Yanel (vaya olfato el tipo), Francisco Justicia, Pedro Blasco Carmen del Riego (en La Vanguardia), y un largo etcétera de grandes profesionales que se unirían a los que luego conocí en la sección de reportajes de la agencia, cuando ya me incorporé tras finalizar la carrera: José Luis Cebrián (el mejor director que tuve nunca, tanto que llegó a tirarme un zapato cuando entré en una reunión con gabardina y paraguas), Carmen de la Serna, Carmen Remírez de Ganuza, y los que ya se iniciaron conmigo en este apasionante y duro trabajo: Mauricio Fernández, Alejandro Elortegui ,Angel Expósito, y Fernando Rayón , entre otros, con quienes llegue a medir las copas que había en la sala de trofeos del Real Madrid o a escribir el número especial de Hola sobre Las Bodas de Plata de los Reyes.

 

 

 

Felipe VI

Comencé mis andanzas informativas acudiendo a los estudios de Prado del Rey en Madrid para realizar mini entrevistas para periódicos locales a través de la agencia Europa Press. Algunas publicadas entonces en Diario de Burgos. Todavía existía el Un, dos, tres y la grabación duraba casi toda la semana. Como era el último que me había incorporado a la redacción de reportajes me tocaban –siempre junto a un fotógrafo, nuestro objetivo eran sobre todo las revistas del corazón- casi todos los marrones, es decir, asuntos que transcurrían al final de la tarde o el principio de la noche. Así acabé en un desfile de moda de niños benéfico, al que iba a asistir la hermana del entonces Rey Juan Carlos, Pilar de Borbón.

Tenía que hacer una breve crónica con asistentes, etc. Pero a los pocos días se iba a producir un acontecimiento histórico, como el regreso de los restos de la reina Victoria Eugenia a España, así que con la complicidad del marido de doña Pilar, Luis Gómez Acebo, un gran tipo toda su vida, le pasé a la hermana mayor del Rey una nota diciendo que quería preguntarle sobre su abuela. Me miró a distancia, asintió y mi director entonces se sorprendió por la mañana al encontrarse sobre la mesa con una entrevista con Pilar de Borbón, poco habitual entonces. Y a partir de ahí, y de un encuentro con don Juan, realizado gracias en parte a un buen amigo cuyo abuelo era el Jefe de la Guardia Real, comencé a hacer información de lo que se llamaba ‘Casa Real’.

El tema era básicamente perseguir a los miembros de tan ilustre familia, sobre todo a los hijos, Elena, Cristina y Felipe. Con Felipe recorrí cada año cada una de las academias militares, acudí a la Universidad Autónoma,  recorría sus andanzas pero llegó el tiempo de venirme para Burgos. Con Elena viví de cerca su supuesto romance con Luis Astolfi, al que seguí por varias competiciones de hípica por toda España. Acabó todo cuando la infanta me dijo que dejaba los caballos por la enseñanza. Fue portada en Hola, apoyado claro por unas fotos en las que se veía a Elena y Astolfí bastante cerca .

A Felipe también le vi luego en varias ocasiones, cuando me invitaban a algún acto de la Casa Real, o en la larga visita al nuevo edificio de Promecal, o en Zarzuela para hablarle de iRedes, y de las dudas que tenía de su presencia –a través de la Casa- en redes sociales. Pienso que es el rey mejor preparado de la historia de España. Que es honrado y una buena persona. Que quiere lo mejor para los españoles y que ha hecho muy bien casándose con Letizia.

Hay Monarquías en varios países de Europa y están funcionando. Aquí se han destapado etapas de corrupción de su padre, y tendrá que purgar por ello el rey emérito si así lo entiende la Justicia. También un cuñado faltó el respeto a la institución. No tendrá fácil defenderse de todo Felipe, y más cuando no es elegido democráticamente cada cuatro años. Pero creo que los hechos demostrarán que no andan equivocados la mayoría de españoles que apoyan al monarca.

La carta del director de El País

Esta semana pasada el director de El País, Antonio Caño, dirigía una carta a sus redactores que la hacia pública a través de todos los medios posibles: la propia edición de papel del periódico, la digital, las redes sociales… Con el objetivo de que su mensaje llegara a todos los rincones, desde lectores a anunciantes o gente del gremio. Desconozco lo que pretendía Cańo con su misiva, pero lo que ha logrado es que a todos les queden dos ideas. La primera es que en cualquier momento El País ponga la mayoría de sus esfuerzos en su edición de internet, con una apuesta clara por el video, y visible en cualquier soporte. Algo que ha llevado a pensar a algunos en la desaparición del papel. La segunda es mostrar que el crecimiento del diario -no hay que olvidar que es el que mas vende en España y el que mas lectores tiene- no está solo en nuestro país, sino que es una apuesta en un mercado global, especialmente en castellano y por supuesto en Iberoamérica, donde cuenta desplazados a grandes periodistas y donde las delegaciones van creciendo.
¿El mensaje de Cańo podría extrapolarse al resto de periódicos impresos en España? Evidentemente no. Una cosa es que todos aquellos que trabajan en diarios de papel tengan que estar continuamente pensando en cómo mantener los lectores que tienen y otra que se olviden de una tradición centenaria a la que todavía le quedan muchos años de pervivencia y mas en el periodismo local, donde todavía las emisoras de radio y las televisiones no disponen de la potencia de al menos los periódicos más leídos de cada territorio, y porque una imagen dice mas que mil palabras, estos también tienen que estar continuamente pendientes en que esperan sus espectadores y anunciantes de ellos, además de la lógica y limpia competencia entre todos los medios, porque a cualquier periodista vocacional todavía le sigue gustando ser el primero en dar una noticia.
Pero hay que contarlo y en esa diferenciación es donde cada medio tiene su espacio. No es lo mismo ver un gol por televisión que en una fotografía o en la redacción de una crónica, que narrado por el difunto Gaspar Rosety -DEP- . En la tele si no hay imágenes no hay historia. En el periódico no. Y ese es un punto a favor. Además del papel de servicio que ofrece a sus lectores, que poco a poco irá llegando también a través de internet, pero de momento en ese espacio no hemos encontrado los niños que cumplen años hoy y que sus emocionados padres y abuelos se han preocupado por hacer llegar la foto al diario, o las esquelas o necrológicas de los fallecidos, o una buena agenda con las actividades diarias de la capital y la provincia. En eso el papel local también sigue teniendo su preponderancia.
El periódico es también algo mas, como los redactores de The Boston Globe, ahora de moda por Spotlight, que el año pasado sufrieron ellos las carencias del distribuidor y fueron los que se encargaron de llevar el diario a los principales puntos de venta. Para que sus fieles compradores al acercarse al kiosco esa mañana pudieran encontrarse con una cita imprescindible en su vida desde hace muchos años.
Los periodistas , todos, lo que no debemos es defraudar a nuestros lectores, espectadores o escuchantes, e intentar cada día sorprenderles con buenas historias que lleguen al corazón de las personas. Nunca consideraría como periodista a  un lector cliente sino un confidente o un amigo al que cada día intento acercarle lo que pasa a su alrededor contado de la mejor manera posible.
La manera de acabar con el papel es acabar con los buenos periodistas y sus contenidos.

Pagar por la información

Este fin de semana se celebraba en Huesca un Congreso de Periodismo que se ha afianzado ya en las citas anuales sobre la profesión. La semana anterior, el encuentro sobre Comunicación tenía lugar en Burgos, un Congreso #iRedes que versa fundamentalmente sobre nuevas tecnologías y redes sociales, que avanza ya hacia su cuarta edición,  y que además del medio millar de asistentes se multiplicaron por treinta las personas a través del streaming en internet. En los dos foros, los protagonistas, tanto periodistas como emprendedores de compañías digitales, o directores de medios en internet (caso de eldiario.es, infolibre.es o elconfidencial.com ) abogaron por la necesidad de que los usuarios, los lectores, deben pagar por la información, ya sea a través de convertirse en socios de la empresa editora como es el digital del burgalés Ignacio Escolar (diario.es ha llegado a los cuatro mil), lo que vienen a ser los suscriptores de un periódico impreso; o por medio del pago por la descarga de los ejemplares a través de diversas plataformas, como lleva tiempo ocurriendo a través de Kioskoymás, Orbyt o con la reciente aplicación creada por Diario de Burgos.  Las dudas surgen al ponerle precio a esos contenidos.

Los ingresos por publicidad en los medios llamados tradicionales ya no serán lo mismo que  hace unos años. Desconozco las cuentas de los diarios de papel, pero me temo que muchos de ellos estén viviendo en la cuerda floja, en números rojos, al caer también la publicidad institucional de una forma exponencial. Durante mis años en Diario de Burgos pude comprobar que el hecho de llegar a algunos puntos de venta alejados de la provincia sabíamos que era deficitario, aunque se vendieran todos los ejemplares que allí se depositaban, pero los principios del propio periódico obligaban a estar presentes en todos los rincones. ¿Se podrá mantener así cuando internet ya llega, y el ahorro de distribución y venta es grande a pesar del hábito de los lectores a ‘tocar’ su periódico de papel? Ahora, además, muchas veces, la dificultad procede de los kioskos que van desapareciendo porque no el negocio disminuye y hay que recurrir a otros establecimientos comerciales.

El asunto, como comentaba, es acertar con la cantidad que los lectores están dispuestos a pagar, y en eso se lo juegan las empresas periodísticas. Y, sobre todo, en mantener la calidad de la información, la que exige el oficio del periodismo, el contraste, el respeto a las fuentes, la búsqueda de la verdad, la investigación. Desgraciadamente, con más de 40.000 licenciados en paro, y con una desproporción tan grande entre la oferta y la demanda en el trabajo, la dignidad de los propios periodistas cuesta más mantenerla y solo el rigor, la profesionalidad y el trabajo podrán salvarla.

Siempre he pensado que lo que se pagaba en el kiosko por un ejemplar de un periódico era excesivamente poco. Y aun así, los lectores se agolpan en la barra de los bares para esperar su turno. Prefieren un café a 80 páginas de droga dura de información por el mismo precio. Hasta los diarios deportivos, seguidos por forofos, ven cómo se van trasladando sus lectores del papel a la red. A la empresa periodística lo que le ocupaba realmente no hace mucho tiempo era el impacto de los anuncios –el número de lectores por ejemplar-, porque los ingresos publicitarios dependían de ello, y no necesariamente la venta directa. Ahora, esos ingresos por la venta son básicos en relación con los publicitarios, y de ahí que estén buscando cuál es el nuevo modelo de negocio que muy pocos todavía han encontrado a través de la web. Pero todos debemos sensibilizarnos que una información de calidad exige un coste. Las tertulias de las radios y las televisiones, por ejemplo, se nutren todavía de lo publicado en los medios escritos. Los periodistas, comemos, dormimos bajo techo, viajamos, trabajamos muchas horas, y no solo a cambio de la firma, también hay detrás familias, hijos y vida.

Creo en la prensa escrita, ya sea en papel o a través de las numerosas plataformas digitales del mercado, porque nuestra curiosidad se remonta más allá de los primeros sapiens. Pero creo también en que esa prensa solo se mantendrá con buenos periodistas, con vocación, sí, pero también con recursos para luchar de forma independiente en un mundo en crisis. Y quizá suponga una revolución que más tarde o más temprano habrá que afrontar. Quizá las grandes corporaciones se vayan sustituyendo por empresas más pequeñas y ajustadas, pero no nos olvidemos, que en medio de toda la vorágine siempre existirán las firmas de aquellos periodistas que nos son referencia y a los que solemos acudir, y el trabajo de un equipo, de una redacción, que le da solidez y veracidad al medio.

Lo que cuesta un periódico

Soy consciente de que los periodistas que hemos trabajado o los que trabajan actualmente en prensa escrita no hemos sabido transmitir a los lectores que se llevan mucho más bajo el brazo que lo que han pagado por 1,10 euros al quiosquero de la esquina. Simplemente conocer que ese precio establecido solamente sirve para abonar la distribución y la impresión hubiera quizá valido para asumir que la información es cara, que cuesta. Sobre todo se ha notado ahora cuando la crisis económica ha llevado a los anunciantes a reducir sus presupuestos publicitarios, por lo que los editores han tenido que buscar recursos atípicos (colecciones, libros, dvds, colonias, mantelería…) para únicamente tratar de seguir manteniendo las nóminas de los periodistas que trabajan en los medios de comunicación.

El periodismo cuesta, y el buen periodismo todavía mucho más. Ocurre, sin embargo, que cada vez los ingresos se van reduciendo y las posibilidades de hacerlo también disminuyen. Además hay que competir con la radio y la televisión que aparentemente son gratis, y desde unos años a esta parte con internet, donde muchos periódicos vuelcan la misma información que tienen en su edición impresa de forma automática pues la competencia –mejor la mala competencia- parece que te obliga a salir a la red.

Sucede también que pese a que los gurús periodísticos pueblan nuestro planeta no han sido capaces de estar en la gestión de la información al mismo nivel a la hora de prever el futuro como los tecnológicos, y ahí están los ejemplos de Apple, IBM o Microsoft y sus continuos desarrollos y cambios. Los periodistas escribimos para un soporte en lugar de hacerlo fundamentalmente para los lectores, y nos adecuamos a los espacios y las necesidades de las máquinas. Uno observa la mayoría de los periódicos y en el conjunto conservan la misma forma, el mismo esqueleto e incluso una similar o muy parecida distribución de espacios. Sorprendería un medio donde a cada noticia, cada información, cada reportaje, se le diera el espacio que realmente merece y no el que te obliga la pantalla de un smarthpone o el pliego de un diario, quizá por ello se han multiplicado los blogs donde lo que se valora casi únicamente es el texto.

Da la sensación de que no nos hemos creído aquello en lo que trabajamos, no los informadores, sino sus empresas, porque por solo 1,10 euros nos han vendido por muy poco, aunque en su defensa está esa cultura del todo gratis.

Por eso espero que, a pesar de esta sociedad tecnificada, podamos volver a saborear las buenas historias, las noticias –es decir, difundir aquello de interés general que alguien no quiere que se sepa, en lugar de llenar los medios de declaraciones que más parecen propaganda- y degustar el buen trabajo de unos profesionales  que ya han sufrido bastante en su dignidad.

Lo dice una persona que después de más de 25 años de profesión se ha pasado al otro lado de la barrera porque pretendía salir de trabajar, al menos en primavera y verano, cuando todavía hubiera luz en el cielo, y vivir al mismo ritmo que muchos de los mortales. Todavía no lo he conseguido porque no es fácil desconectar, pero desde este otro lado de la calle se comprende también mejor la difícil situación que atraviesan muchos empresarios que ahora tienen que encontrar el modo para sin perder dinero –son compañías privadas- lograr defender la marca que durante tantos años ha existido, al tiempo que adecuarse a las nuevas circunstancias marcadas por los nuevos soportes.

Todavía disfruto paseando hasta el quiosco  los domingos por la mañana para hacerme con varios periódicos doblarlos bajo el brazo y leerlos luego tranquilamente. Pese a ello prácticamente me informo por medios digitales y ya he dejado hace tiempo de ver los informativos de televisión. La adaptación es el reto, y ojalá lo consigan por el bien de una sociedad que merece y debe estar informada. Y para ello, todavía, solo confío en el diario de papel.