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Rafael Nadal

Cuando escribo estas líneas desconozco si Rafa Nadal habrá ganado ya su sexto Roland Garros. Ha salvado, gracias a la victoria de Federer en semifinales -todo un caballero del deporte-, el número 1 del mundo. A pesar de que lo conseguido el año pasado será muy difícil que se repita en la historia del tenis, y la contabilidad de la ATP es la más complicada e ilógica del mundo.
Ojalá Nadal haya ganado a su bestia negra de este año el torneo francés porque me parece impresentable la actitud de algunas personas que cuestionan la carrera de uno de los mejores deportistas que ha tenido España a lo largo de su historia. Ha estado en los últimos 5 años alternando el número 2 con el número 1, Roger Federer; solo Miguel Indurain, nuestro Miguelón, ha sido capaz de lo mismo ganando el Tour. Acaso también Severiano Ballesteros, si bien no lo alcanzó en triunfos, sí tuvo el reconocimiento de los aficionados más experimentados. Y Fernando Alonso casi lo consigue. El piloto asturiano ya conoce las hieles de ser español, donde te coronan casi al mismo tiempo que te hunden al fondo del infierno. Es nuestro carácter. Y no me extraña que el Nano tenga en algún momento tentaciones de dar a más de uno con la puerta en las narices.
Por supuesto que Nadal admite las críticas, y también Alonso. Y no existe la menor duda sobre las pasiones que el tenista mallorquín levanta, excepto en las canchas galas. No solo por su gran juego, sino por su excelente fairplay, también por sus tics, que han entrado a fondo en el colectivo patrio. Además, es un excelente compañero al que sus rivales aprecian, y sus camaradas de la selección española que ha conducido hacia la Davis admiran.
Es cierto que no son muchos los que han comenzado a poner al tenista en el objetivo de sus dardos. Y que Nadal además de las numerosas virtudes que le adornan y cultiva suma también defectos. Pero ha demostrado a lo largo de su historia, corta, vibrante y admirable, que a base de esfuerzo y de tenacidad ha superado sus problemas físicos. Quizá no haya sido de la mejora manera, quizá en algunos momentos se hayan equivocado en su preparación o posiblemente Nadal nos haya dado en 2010 sus mejores jugadas. Pero solo con eso ya bastaría para dejar de dudar de él.

Los reyes del volante

Hace tiempo que más de un 80 por ciento de conductores no utilizan el intermitente. Que no lo hagan cuando tienen una señal de giro obligatorio a la izquierda se entiende, pero que obvien que tienen una palanquita en el automóvil justo cuando deciden aparcar, sin señalarlo anteriormente, maldita la gracia, y así en numerosas ocasiones donde el perjuicio es a terceros. En algunas ciudades hay unas líneas rojas pintadas en el suelo de ciertas calzadas donde en principio no se deben permitir las dobles filas. Son supuestamente las vías de alta capacidad, donde ésta queda reducida a cero en cuanto algún conductor o conductora decide dejar el coche unos segundos, que se trasforman en minutitos, sabiendo que la capacidad de respuesta de los agentes de tráfico locales es mucho mayor. Y esto suele ocurrir en lugares donde hay dos carriles en la misma dirección. Todo esto se complica cuando el lugar escogido es una única vía de doble sentido.
Hay otros tipos, y lamento que sea así, que suelen estacionar su vehículo además de en doble fila, antes de un semáforo, quizá porque están cerca de un cruce y beneficia su carga y descarga, con lo que aquellos que le siguen tienen que redoblar aún más su atención no sea que por delante del morro de la furgoneta aparezca el carrito de un niño o el bastón de un abuelo. Suelen ser transportistas, y estos suman unos cuantos fittipaldis en el gremio.
Los hay que no han entendido el tema de las rotondas que pueden beneficiar la circulación si todos vamos en el carril que nos corresponde, y si además utilizamos los intermitentes, evitaríamos los accidentes. Por muchas rotondas que se pongan, seguiremos igual.
Otros deben pensar que lo de la prohibición de hablar con el móvil no va con ellos, mientras sostienen el aparato con la mano derecha y conducen con la izquierda y tienen desconcertado al conductor del coche que les sufre detrás por sus continuos movimientos y acelerones.
Todos debemos ser además Fernando Alonso, porque lo de los semáforos suponen la misma motivación que para Vettel y Hamilton la salida del pit lane cuando saben que el piloto asturiano se encuentra por delante. Apuramos la frenada hasta el límite. En la capital de Estados Unidos los semáforos se encuentran en la siguiente esquina de donde se debe parar, así que es muy difícil que los valientes se arriesguen porque pueden llevarse un estoconazo de los vehículos que circulan por las calles laterales. Aquí en Burgos hay avenidas donde parece que el naranja motiva las aceleraciones a larga distancia, más que las frenadas.
Por último, los pasos de peatones. Cierto es que hay muchos que no se ven. Que no están iluminados suficientemente o que se encuentran en lugares que no facilitan precisamente la circulación. Pero asumido esto, esos pasos son derechos para el viandante. Ahora, cada vez que un conductor para ante uno de ellos y cede el derecho al paseante, hasta le aplauden o le miran sorprendido.
Necesitamos, todos, un poco más de civismo al volante en las ciudades. Nos podemos jugar la vida de otros por un mínimo despiste.